Estas crónicas rescatadas de bitácoras expedicionarias de principios del siglo 19, tienen como fin revelar datos concretos y objetivos de las culturas primitivas y sus caciques, a través de los acontecimientos que involucraron un intento de tratado de paz con 9 caciques y 3240 indios en la región de Villa Ventana.
Comienzo a redactar esta nota especial de sierrasdelaventana.com.ar después de varios años de mucho trabajo indagando distintas fuentes y bitácoras originales, con la esperanza de que podamos comenzar a reconstruir y revelar el pasado cultural originario de nuestras serranías, que durante miles de años fueron hogar transitorio de otros seres humanos en cuevas y toldos, donde desarrollaban la caza y la recolección, y manifestaban sus creencias a través del arte rupestre.
Estos acontecimientos que les compartiré, marcan la presencia de determinadas etnias en un período determinado de tiempo en nuestras sierras, y no hay registros históricos que indiquen la presencia de un cacique o una etnia local específica en la zona de Sierra de la Ventana durante la expedición de 1822. Es importante tener en cuenta que la región de Sierra de la Ventana estaba habitada por varias etnias indígenas diferentes en el momento de la llegada de las fuerzas militares argentinas, incluyendo a los pampas, ranqueles y mapuches.
Sin embargo, si se tienen registros de que en otros períodos anteriores (años 1500 al 1700) hubo otras culturas que probablemente hayan sido las originarias de las Sierras de la Ventana. Estas fueron los Chechehet o Pampas Serranos Puelches de los Querandíes, que, a opinión personal, son los verdaderos pueblos originarios de nuestras serranías.
Los Chechehet fueron una de las numerosas etnias indígenas que habitaron el territorio de la actual Argentina antes de la llegada de los europeos. La etnia Chechehet, también conocida como Chechehetra, pertenecía al grupo de los pampas, que se extendía desde el centro de Argentina hasta la región de la Pampa Húmeda.
Según los registros históricos, los Chechehet eran un pueblo nómade que vivía de la caza, la pesca y la recolección de frutos silvestres. También eran expertos jinetes y guerreros, y a menudo entraban en conflicto con las fuerzas militares argentinas y las poblaciones locales de origen europeo.
La presencia de los Chechehet en la región de Sierra de la Ventana durante el período de la expedición de 1822 no está documentada específicamente. Sin embargo, dado que la región estaba habitada por varias etnias indígenas diferentes en ese momento, es posible que los Chechehet hayan estado presentes en la zona cuando se desarrollaron los acontecimientos que narra la bitácora del coronel García rescatada en esta nota de Sierrasdelaventana.com.ar
Es importante destacar que, si bien la expedición de 1822, fue un evento histórico significativo, también tuvo graves consecuencias para las poblaciones indígenas locales, que fueron despojadas de sus tierras y sometidas a la violencia y la opresión por parte de las fuerzas militares argentinas. Por lo tanto, mi intención además es abordar estos hechos desde una perspectiva crítica y reflexiva, reconociendo la complejidad de la historia y sus impactos en las comunidades indígenas.
He aquí la importancia que cobran las bitácoras de los primeros viajeros, ya que a diferencia de las múltiples historias que uno puede escuchar o leer redactadas de interpretaciones personales de vencedores o vencidos, éstas cuentan de primera mano como sucedieron los hechos cronológica y detalladamente.
Debido a lo extensa y muy minuciosa narración de esta bitácora, he extraído y destacado las partes mas relevantes o interesantes de ella, para no sucumbir al lector en un mar de información, ya de por si extensa en esta nota.
Inicialmente comparto los pasajes donde se informa aspectos muy interesantes de sus costumbres y referencias vinculadas a nuestras sierras, a las cuales las confundían llamándolas como los “pequeños Andes”, y al Cerro Curamalal como Curumualá (nombre original). Luego, transcribo partes cronológicas de la bitácora, en donde se podrá descubrir los nombres de los caciques y etnias protagonistas de aquellos tiempos, y los lugares que ocupaban en la región.
Esta expedición tuvo como objetivo explorar la región y establecer una presencia militar para proteger la frontera sur de la provincia. Durante la expedición, se llevaron a cabo varios encuentros con las poblaciones indígenas locales, incluidos los ranqueles, pampas y huilliches, y se registraron varios incidentes en la zona de la Sierra de la Ventana.
Además de los enfrentamientos, la expedición de García también registró información valiosa sobre la geografía y los recursos de la región de la Sierra de la Ventana. Se informó sobre la existencia de minerales y se registraron detalles sobre la topografía, fauna y vegetación de la zona.
Dejo al final de la nota, un índice de otras notas especiales de nuestro medio, vinculadas a este tema, para quienes quieran luego continuar leyendo sobre estos temas.
Costumbres funerarias de los caciques
La mujer más antigua del cacique Pichiloncoy debía ser enterrada viva con su marido, porque es costumbre que los caciques que mueren, lleven una mujer, todos sus bienes, haciendas, armas, alhajas, etc., etc.; la razón es porque creen que el hombre que deja de existir en este mundo, va a existir a otro imaginario, y para que no lo pase solo, le dan la mujer, y todos sus demás bienes, para que transmigren a otro país en donde van a existir segunda vez; creen como uno de los dogmas más respetables de su creencia, la transmigración de las almas.
Costumbres de sepultura
En la falda de la Sierra Lima-huida se encontraron algunos cadáveres, medios enterrados, al parecer de indígenas, y algunas otras sepulturas que demostraban la existencia de otros muchos. No pudimos averiguar, de los naturales que nos escoltaban, cuál era el motivo de encontrarse allí aquellos cadáveres. Uno de ellos, bastante racional, nos informó, que hacía algún tiempo que aquellos cuerpos habían sido sepultados; que antes de la expedición del año 21, cuando los naturales habitaban estas comarcas, era aquel lugar enterratorio de los indios, y que así había quedado, habiendo sido abandonado por los poseedores de aquel país, que de aquel modo honraban las cenizas de los que morían, preservando sus cadáveres de ser alimento de las fieras. La información no dejó de hacernos conocer un acto de humanidad, y una costumbre piadosa, a pesar de encontrarse en ellos varias otras que no debieran oírse sino con horror. Esta costumbre la conservan desde tiempos atrás. En la Sierra de la Ventana, en una de sus concavidades intransitables, está uno de estos depósitos o enterratorios; no lo vimos, ni tampoco sabíamos el lugar.
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Pilmatum, el juego deportivo.
El pilmatum es un juego semejante a la lucha; para presentarse a la palestra, se desnudan ocho o diez jóvenes los más gallardos y más aguerridos en ella, forman bandos de cuatro y cinco de parte a parte; describen una circunferencia de cuatro varas de radio, marcándola con rayas o lazos para no traspasarla.
En el centro se colocan los lidiadores, formados ambos partidos a 1/2 vara, cara a cara. Uno de ellos tiene una pelota en la mano; este la arroja con violencia sobre el cuerpo de su contrario; este la recibe, y la dirige sobre otro enemigo, distinto de él que se la arrojó primero; este la recibe, y con fuerza la arroja sobre otro del partido opuesto; así es que este continuo movimiento para no perder la pelota, lo ejecutan de un modo pronto y ágil; cuando recibe uno el golpe en cualquiera parte del cuerpo, corresponde al mismo o a otro del partido opuesto con igual tiro; si alguno no acierta al contrario, pierde cierto número de tantos; y si no corresponde con la pelota al recibir el golpe, o la deja caer en tierra, pierde igualmente cierto número de tantos; si alguno traspasa el límite descripto, pierde igualmente un número determinado; y un cierto número de pérdidas completa una partida, a la que juegan intereses de ambas partes.
Si la pelota cae acaso en tierra, lidian luchando para tomarla primero ambos partidos, porque ganan una corta cantidad de puntos; en estas luchas arrancan con las uñas, que al propósito se las dejan crecer, algunos pedazos de carne de los contrarios para conseguir la pelota. Era ciertamente singular la perspectiva de este juego; la hermosura de la juventud lidiadora, su agilidad, destreza y viveza, proporcionaba un rato de diversión.
El partido que gana recibe su premio en especies de plata, telas u otras cosas que apuestan; y recibe por conclusión música y festejos de los mirones. La música que gastan son flautas de cañas, arcos de cerdas con cascabeles, en forma de violines; y para la pelea, trompas de cuerno, y bocinas de tonos tristes.
De hábitos y cualidades
Las comidas son en extremo asquerosas: estas las disponen para sus esposos las mujeres; ellas, como lo hemos dicho, llevan consigo los trabajos más fuertes y dificultosos de su sexo. El varón, holgazán, acostumbrado a que le ensillen el caballo, le maten el ganado para comer, le den todo hecho, no piensa en buscar medios de industria para entretener su familia. Algunos vimos que se ejercitaban en tejidos, y las mujeres en disponer la lana, tejer cosas ordinarias, y siempre entretenidas con labores.
Los Ranqueles no son de la misma especie que la tribu Pampa. El varón, aunque igual al otro, no reposa en la holgazanería; las telas son su principal entretenimiento, con más finura y gusto que los demás. Las mujeres hacen lo mismo, y en su vida doméstica ejercitan los pesados trabajos de la otra tribu. Ninguna de ellas llega al grado de civilización e industria de los Araucanos. Sus telas finas las introducen a estos en cambio de ganados, y aun de las suyas mismas. El Ranquel parece haberle heredado (como familia que de ellos recibe su origen) el valor y la constancia para la lucha, pero no sus virtudes, que los hacían recomendables en medio de su estado salvaje.
El Pampa, raza que recibe su origen, al parecer del occidente de los Andes, se halla más adulterado en sus costumbres que el anterior. No tienen las virtudes, el valor extraordinario de los primeros, ni la constancia de los segundos. Son guerreros por naturaleza, pero no valientes con orgullo como sus antepasados, y sus vecinos. Amigos del robo más que los otros, avaros sin cotejo, audaces y orgullosos en su suelo, hipócritas y humildes en el ajeno, piratas en el comercio, y desconfiados sin iguales. Los Ranqueles con muy corta diferencia tienen las mismas cualidades; más guerreros y sanguinarios, y de su valor hacen fe sus acciones; ambiciosos, orgullosos e hipócritas como sus vecinos los Aucaces; constantes en la pelea y en sus opiniones, hacen alarde de cometer acciones horrorosas, y en la mezcla se distinguen por su intrepidez; desafían en la lid mano a mano a sus adversarios, y se desdeñan batirse con menor número que sus fuerzas, a no ser que sean batidos. Gallardos y ágiles en el caballo, y de tallas regulares, desnudos y pintados hasta medio cuerpo, se presentan en las líneas con sus densos cabellos extendidos, que hace más imponente y respetable su figura.
Los Aucaces no ejercen esas acciones particulares de valor, pero son guerreros, aunque no en igual grado. Se presentan del mismo modo, y aun podemos asegurar que son más ágiles y poseen mejor el caballo que todas las tribus; son más sanguinarios que los Ranqueles, porque son más cobardes; cargan y cubren sus líneas con sus mujeres e hijos en estado de cargar la lanza. En ellas sufren los contrastes a la par la mujer amable y sencilla (cualidad natural de este sexo) es sacrificada a sus caprichos. Las Ranqueles son amables, y sus esposos no tienen esa costumbre impropia que es tan común en los Aucases. Estas dos castas traen su origen de los Araucanos; su idioma y costumbres son las mismas, sin embargo, de que el primero se halla algo adulterado.
Los Huilliches, tribu de distinta especie, son hombres con cualidades diferentes de las otras dos. Estos no descienden de aquellos, y sí de los Patagones; su talla es aventajada, su tez más negra, su figura más noble. Habitan el país que más atrás se ha descrito; son ágiles y bien hechos, manejan el caballo en igual grado que los Aucases, son guerreros e infatigables en la lucha, valientes con honor, no cometen esas acciones degradantes, que afean a los demás; hospitalarios y afables, constantes en sus amistades, amables en su vida doméstica, hombres de bien, legales en sus tratos, e industriosos más que todos. Sobremanera orgullosos en la lid, pero virtuosos, dan cuartel al rendido; poco avaros y nada desconfiados, su buena fe la ostentan en todas partes. En la lucha se presentan del mismo modo que los otros, pero son turbantes llenos de plumas; cargan las mismas armas, se pintan el rostro, y el aspecto de sus facciones es el más imponente. Sus mujeres tienen las mismas calidades que sus varones. Su idioma es diferente del de las demás tribus, sin ninguna diferencia de los Patagones; sus costumbres son idénticas a las de las demás naciones.
De hierbas medicinales
En su cima o meseta, como de 50 varas, de figura irregular, se encuentra agua, depósito de las lluvias que se conservan en una pequeña fuente; en toda su superficie, se encuentran igualmente piedras de mucha magnitud; en sus superficies no hay pastos; una sola yerba es la que cubre la de todos estos montes, así como el de la Ventana, llamada yerba de la piedra, la que tiene algunas aplicaciones en la medicina.
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Confunden a Sierra de la Ventana y Tandil como parte de los Andes
La primera cadena de los Andes, que corre más de 50 leguas al NO desde el cerro del Volcán (Tandil), en la costa del Atlántico, atraviesa la vasta pampa, hasta el paralelo de la Guardia Luján. La segunda, desde el cerro de la Ventana, a 22 leguas del Océano, en la altura de la Bahía Blanca, corre paralelamente a la primera, a 60 leguas de distancia, hasta la vista de la laguna de Salinas, y atraviesa el desierto por más de 25 leguas. Ni una ni otra se encuentran en las cartas anteriores; y si se ignora hasta este grado la geografía de aquel país, ¿a qué aventurarnos a grandes operaciones?
¿De Mapuches o Tehuelches?
A lo largo del viaje del coronel García, alternó con tres grandes conjuntos étnicos que estaban estrechamente emparentados entre sí: los que designaba como pampas, ubicándolos en el territorio que mediaba entre la frontera y el fuerte del Carmen; los ranqueles o del Monte, de las Salinas hacia el oeste, y los araucanos o chilenos asentados en distintos puntos de las pampas y la cordillera, aunque yendo y viniendo de un lado a otro de los Andes. Era notoria la animadversión que se tenían unos a otros y que los llevaba a estar «siempre en declarada guerra, sacrificándose mutuamente como lo he visto, siendo el nombre de ellos recíprocamente odioso a no poderse tolerar, ni contener» (García 1810: 293).
La Expedición de 1822.
La expedición a Sierra de la Ventana liderada por el Coronel Don Pedro Andrés García fue una expedición militar que partió de Buenos Aires el 6 de marzo de 1822, en compañía de 14 indios chasquis y el cacique Antiguan.
“La Comisión, destinada a establecer las paces con las tribus de indios al sud, tiene la honra de presentar a Vuestra Excelencia el diario de su viaje hasta las faldas de la Sierra de la Ventana, su derrota, observaciones facultativas, planos y demás que ha puntualizado en cumplimiento de sus deberes”. Así da inicio el diario de viaje del Coronel García, que cito: “la reunión la habían acordado hacer en el Sauce Grande, esto es, al pie de la Sierra de la Ventana”.
Inicio de fragmentos de la bitácora.
El día 11 de marzo arribaron a la Guardia de Lobos, punto destinado a reunirse las carretas, escolta y demás carruajes, con los víveres y útiles que debían servir al viaje y cumplimiento de la Comisión. El teniente de húsares y capitán graduado, don Julián Montes, que debía acompañarnos, ya se hallaba en aquel punto con la escolta, e igualmente las carretas.
En medio de la agitación con que se trabajaba en los aprestos, se recibió en la Comandancia militar una orden circular que comunicaba dando parte a todos los comandantes de fronteras para que vigilasen en la seguridad respectiva de ellas, poniéndose alerta contra una nueva invasión de los indios, que se sabía debía verificarse en el presente mes, al mando del cacique Pablo (ranquel) dirigidos por tránsfugas, desertores y resto de chilenos de los de Carreras, que aun existían entre ellos. Este comunicado, les sorprendió mucho más cuando estaba de por medio la buena fe tantas veces manifestada por los caciques en el pedimento reiterado de la Comisión, para hacer una paz sólida y permanente con la provincia: a que se agregaban otras poderosas razones para no creer semejante movimiento ofensivo de aquel cacique, que tantas veces había instado por la quietud y armonía a que aspiraba, con los demás de su clase.
El Cacique Antiguan manifestó motivos a la Comisión para hacerle entender, que no podría dar un paso más en su marcha sin asegurar antes la certeza de esta novedad, y para ello se hacía necesario que el mismo, con uno de los intérpretes del gobierno, pasase a los toldos, reuniese los caciques y los hiciese sabedores del caso; previniéndoles que la Comisión esperaba sus resultas en aquel punto. El cacique se prestó gustoso a la medida, y salió el día 14, acompañado de dos indios y el intérprete, habilitados de caballos, yerba, tabaco y otros menesteres para el camino; ofreciendo volver a los quince días de su salida.
La Comisión adoptó aquella medida que creyó más prudente, y se dedicó a hacer tareas varias y relevamientos en la zona de la laguna y las ruinas del Fortín de Lobos, mientras esperaba el regreso de la avanzada del Cacique Antiguan.
Los días pasaban a la espera de la partida remitida en comisión a los Toldos, demora que ya ofrecía muchas dudas sobre la conducta de los indios; especialmente con los varios movimientos ofensivos, anunciados con frecuencia por circulares comunicadas de las mismas guardias fronteras. Todas las circunstancias inclinaban a creer que la demora procedía de aquellas ocurrencias, y que debía la Comisión prepararse a una defensiva, avanzando partidas con aquel objeto.
¿Qué ocurrió en la misión del Cacique Antiguan?
El cacique Antiguan con su comitiva e intérprete salió el 14, en activa diligencia de pasar a las tolderías y averiguar ciertamente la verdad sobre las incursiones parciales que se hacían en las fronteras del norte. Su empeño le hizo acelerar la marcha, pero a los cinco días se les rindieron los caballos, y siguió con ellos cansados, hasta quedar totalmente a pie. Siguió así, hasta que afortunadamente topó con una de las muchas partidas avanzadas que tenían puestas los indios, temerosos de ser atacados por el gobierno, según avisos que se les había dado. Con este motivo fueron auxiliados de todo lo necesario, hasta ser transportados al mismo toldo de Antiguan, que llegó bastante enfermo a los nueve días de viaje. Dio aviso a todos los caciques, y los invitó a tener una entrevista, y conferenciar sobre los motivos de su misión y resolución última de todos juntos, para comunicarla al gobierno, con quien quedaba comprometido de hacerlo: urgiendo más esta pronta medida, cuanto que de ella dependía la existencia del cacique Cayupilqui, que de acuerdo con todos los de su clase, se hallaba prestado con Antiguan a quedar en rehenes, mientras se hiciese la paz que ellos habían pedido.
Reunido un número considerable de caciques Pampas, Guilliches y Ranqueles en los toldos de Antiguan, este expuso a la reunión el objeto y causas de su mensaje, cuyo interesante motivo le había impulsado a emprender tan molesto y desagradable viaje, en virtud del irregular procedimiento de los indios, para desmentirlo si no era cierta; y si tenía algo de verdad ¿por qué se quería sacrificar a Cayupilqui, a él y a los muchos indios que se hallaban en Buenos Aires?
Los caciques Pablo, Calimacú y Ancafilú, con algún otro de los principales, manifestaron su opinión; y se altercó en ella la mayor parte de la noche en que se tuvo la sesión. Antiguan les dio en cara con su proceder; protestó que vengaría la sangre de Cayupilqui y de las demás víctimas que resultasen de esta felonía, procediendo contra sus autores. Dijo que el gobierno de Buenos Aires había creído de buena fe la paz que se le había pedido: había igualmente accedido a la solicitud hecha para que, viniese en su nombre a asentarla el coronel don Pedro Andrés García, el cual quedaba ya en la frontera, esperando la confirmación de esta novedad, para seguir su marcha o retirarse. Últimamente exigió una contestación categórica, asegurando la mejor buena fe por parte del gobierno; pero que temiesen los resultados, porque ya no existían Carreras ni Ramírez que los habían comprometido, faltándoles a todo lo que les habían ofrecido; y que hoy el gobierno, libre de aquellos enemigos, aplicaría todas sus fuerzas para destruirlos, y lo conseguiría bien presto. Entonces los caciques disidentes expresaron, que por muchos conductos habían sido informados de que el gobierno trataba de sorprenderlos y atacarlos: que por lo tanto creían deberse poner en armas, y que ciertamente lo habrían hecho, si él no hubiese llegado. Adujo Antiguan otros muchos razonamientos de conveniencia e interés. Les demostró los males de la guerra; la pérdida de su comercio; la de muchos artículos de consumo entre ellos, que ya se habían hecho como de primera necesidad; la inquietud y continua agitación en que vivían, huyendo de unos y temiendo de otros. Sin embargo, uno u otro de los Ranqueles manifestó su descontento, como motores de los movimientos anunciados, y cuyas partidas habían invadido por el norte nuestros campos. Acto continuo tomó la palabra el cacique Neclueque, conocido por el Platero, manifestó razones que creía poderosas para aceptar la paz, e impuso en tono amenazante a todo aquel que fuese de contraria opinión.
El cacique principal y más antiguo, Lincon, que había sido mero espectador de la discusión hasta entonces sostenida, siendo el más adicto a la paz propuesta, habló enérgicamente, y dirigiendo su alocución a los disidentes, les dijo: «Que el que no estuviese por la opinión de la paz antes convenida, y pedida al gobierno de Buenos Aires, se retirase en el instante de aquella reunión con todos los suyos; que pusiesen en ejecución sus planes hostiles contra la provincia, que ellos también pondrían los suyos para escarmentar a la facción agresora y a hacer una paz sólida y permanente, que les proporcionase un perpetuo sosiego a sus familias, que hacía algún tiempo no disfrutaban por causa de los malvados; que en el momento el encargado Antiguan regresaría a dar cuenta al Gobierno de lo resuelto, y conducir a la Comisión que se mantenía detenida en la Guardia de Lobos».
A virtud de este último razonamiento accedieron los disidentes, aparentando entrar todos en la paz, que quedó sancionada: y determinando, que cualquiera que dijese que el gobierno pretendía sorprenderlos o atacarlos, por este mero hecho debía ser muerto como perturbador de la paz; y Antiguan debería marchar inmediatamente con un enviado de cada cacique principal, que saludase al Coronel comisionado y le acompañase en su viaje, dando de este modo más fuerza a la seguridad de su oferta y decisión; cuya conferencia había presenciado el intérprete del gobierno, que la ha referido de conformidad con el emisario Antiguan.
El 19 de abril estuvo de vuelta a la Guardia, a los 19 días de haber salido de ella con catorce indios, parientes e inmediatos deudos de los caciques a los fines expresados, con otras varias partidas de comercio que pasaron a esta capital.
Retomar la marcha al sur
Así entonces, el retorno del Cacique Antiguan con desmentidos de los rumores esparcidos por toda la campaña, que habían perturbado su tranquilidad; siendo necesario aprestarse a la marcha, la Comisión trató de reunir sus trabajos, y hacer la remisión de ellos al gobierno, antes de su partida o al mismo tiempo; entretanto, no puede dispensarse de hacer una descripción del pueblo y laguna que dieron motivo a sus tareas.
Concluidos los trabajos en el partido de la Guardia de San Miguel del Monte, se reunió la Comisión sin pérdida de instantes en donde acababan de arribar los indios emisarios, y duplicada comitiva que les acompañaba en clase de chasquis; inmediatamente se dio cuenta al gobierno remitiendo al intérprete para que la expusiese recomendar al cacique Antiguan, por la eficacia de su diligencia, y cuanto había trabajado con los demás de su clase por la paz, exponiendo su vida por haber quedado a pie en la ida, en falta de caballos. El resultado de su misión hará ver cuán acreedores se hicieron estos emisarios a una recompensa por sus distinguidos servicios.
La Comisión, aumentada doblemente con la comitiva de indios y apremiada de la estación para emprender su marcha a las sierras, reinició entonces el día 11 de abril con rumbo sudoeste constante. Ese día se cumplieron los deseos de la Comisión. Ansiaba ver el resultado, despreciando el peligro que por todas partes se le anunciaba: anhelaba poner en planta sus reducidos conocimientos en beneficio del país, que la honraba con un encargo de tanta importancia.
El día 12 de abril llegaron al paso del río Salado, en donde vieron todo el horizonte cubierto de montes, al parecer poblaciones de labranza sin ganado. Un aspecto bastante triste relata, aunque por todas direcciones llena de bosques de durazno de los antiguos establecimientos. Pero muy poco tardó él desimpresionarnos de nuestra ilusión. Al acercarnos a ellos no encontramos sino vestigios de que un día existieron. Los bárbaros, en sus últimas y sangrientas incursiones, asolaron todos los situados en esta y la otra parte del río, en este partido. Al aproximarnos descubrimos las ruinas de aquellas pequeñas poblaciones de los labradores que un día servían de abrigo a su indigencia, y que el fuego devorador había consumido; solo existían tristes y ensangrentados restos de algunos árboles; rastrojos destruidos o pequeñas sementeras quemadas, que servían de sustento a las familias de un labrador honrado que allí moraba.
Descubrimos más; vimos aun sus cadáveres, cuyos esqueletos servían de alimento a los pájaros y fieras, al lado de los restos de un arado con el que hacía menos penosa su existencia. Por otra parte, se encontraban huesos de cadáveres asesinados por el bárbaro, entre los arbustos y lagunas que la sorpresa les hacía ganar para defenderse; allí perecían, y aún más, llevando a la tumba el desconsuelo de ver arrastrada por los asesinos su mujer e hijos, los que se libraban de ser envueltos en las ruinas que el fuego consumía.
Dejando a retaguardia este espectáculo afligente, continuaron la marcha y a lo largo de varios días, fueron experimentando distintas observaciones sobre el relieve, la fauna y la flora del territorio.
El día 22 de abril vieron una partida de jinetes al NO, que se dirigía hacia ellos. El capitán cona, y uno de los suyos picaron y salieron a su encuentro; a media legua de haber avanzado se reunieron con otros indios paisanos que venían de regreso de la frontera, y temerosos que fuese alguna partida de cristianos armados, trataron de reconocerla para dar cuenta; pues, por el recelo de ser invadidos, reconocían el campo diariamente. Supieron por el cona, que era la Comisión que iba a tratar de paces; y contentos con verla tan cercana a sus poblaciones, se retiraron a llevar primeros la nueva de aquel encuentro a sus camaradas, pegando fuego al campo, y marcando su camino para ser visto y seguir sus huellas por el mejor terreno.
Temerosos, como hemos dicho, de ser invadidas todas sus poblaciones situadas en la sierra pasada, es decir, desde el Volcán hasta el Cairú, fueron abandonadas por sus dueños; entre ellos el célebre cacique Ancafilú y Pichiloncoy se retiraron a la vista de la segunda Sierra de la Ventana. Las poblaciones las desampararon poco antes del paso de la Comisión por la sierra, pues se encontraban aun claros en donde habían existido. El cacique Ancafilú fue el primero que abandonó la suya, situado con su tribu en las márgenes del arroyo Chapaleofú, cerca de las faldas del Tandil, cuando fue sorprendido y acuchillado en la expedición del año 20 (en donde nos hallamos) hasta cerca de la Ventana, adonde permanece al presente.
Al día 23, nuestro compañero cona dio parte a la Comisión que ocho indios jóvenes, parientes de otros tantos caciques, y a nombre de ellos, venían a felicitarla. El lugar del aviso no era propio para recibirlos, y a media legua más adelante se hizo alto, para cumplimentarlos, a las 41/2 leguas de la salida. Los comisionados, después de esta ceremonia, dijeron al Coronel enviado, que los caciques principales Lincon, Avouné y otros de segunda clase, los enviaban a felicitar a la Comisión por su feliz viaje hasta aquel punto; que, suplicaban los caciques que apresurase sus marchas, pues lo deseaban para entablar la paz que tanto anhelaban. Que marchase segura que no sufriría ningún daño, ni menos ultraje alguno de las tribus; añadiendo los comisionados, que el cacique principal Lincon no tendría el gusto de abrazar a su antiguo amigo el Coronel comisionado, hasta pasado cuatro días que eran necesarios para reunirse y conferenciar con todos los caciques, destinar el lugar en donde debían ser los tratados, y día en que debía reunirse para ello; y que mientras se tomaba esta determinación, la Comisión podía hacer alto, y aguardar el aviso en la primera laguna y toldos que se encontraren, o a casa del capitán cona, quien se hallaba encargado de hospedarla.
La Comisión dio las gracias a los enviados, por las buenas intenciones con que procedían los caciques, y la buena fe con que la hospedaban; dijo que haría todo lo posible para que los tratados de paz se celebrasen cuanto antes, para ver de este modo unidos a sus hermanos, y ver acabada para siempre esa guerra desoladora que los había destruido y afligido por tanto tiempo; que aguardaría el resultado de la reunión que trataba el cacique Lincon, y que marcharía incontinente a los toldos del capitán cona a aguardar allí la determinación que tomasen. Los comisionados fueron regalados con yerba, tabaco, azúcar, etc., y se marcharon juntos con la Comisión, que, por no haber allí agua ni leña, siguió más adelante para encontrarla, o si era posible, llegar hasta los toldos del capitán cona, que según él, poco distaban del lugar de la conferencia.
Al día 24, pasadas las 8 de la mañana nos pusimos en marca con rumbo SO, y a las 10 de la mañana llegamos a una laguna hermosa en donde hicimos alto. En esta jornada se vio sobre el horizonte la hermosa y elevada Sierra de la Ventana, demorando los mogotes que se veían, el primero al SO, y el segundo al OSO. El primero se elevaba sobre el horizonte más que el segundo; el más elevado pertenecía a la Ventana, y el segundo a otra sierra unida a la primera, llamada de Guaminí. La cerrazón de la mañana, con la niebla que aún no se había despejado, no permitía ver con más claridad las sierras unidas a la Ventana, que prolongándose al NO, forman la segunda cadena o ramificación de sierras, todas perpendiculares a la costa del mar.
Aguardábamos con impaciencia se despejase el horizonte para verla con más claridad. En la laguna de la parada encontramos situados en su circunferencia al SO, algunos toldos, pertenecientes al cacique Huilletrur, y al capitán Antiguan, o cona. La laguna en donde paramos es de 1300 pies de circunferencia; agua salada, limpia en su centro, sin barrancas, situada en un terreno bajo y húmedo; tierra negra blanda y arenisca, buenos pastos. Los toldos situados en su circunferencia eran diez; más al SE como a 12 cuadras, se halla otra pequeña laguna, en donde se hallan situados los toldos de Antiguan, que son cuatro. Al SE se halla otra pequeña laguna a 6 cuadras de distancia; todas en un terreno bajo y húmedo, que en tiempo de invierno debe ser inhabitable, o transformarse en un bañado.
Después de haber parado la Comisión, marchó a felicitar al amigo y compañero Antiguan a sus toldos; llegamos a ellos y encontramos al cona, su mujer, hijos y una caterva de indios, chinas y muchachos que a la novedad se habían reunido. Madama Antiguan nos convidó con asiento, teniendo al efecto preparado una tipa tapada con un quillango que debía servir de asiento al señor Coronel comisionado, y todos los demás adonde hemos dicho. Al efecto, madama invitó con mate al señor Coronel, y enseguida al oficial ingeniero y demás que lo acompañaban, los que por no desairar a los invitantes, tomaron el que les tocó por turno.
Acabada esta operación, nos invitaron con un usado de cordero que también habían preparado; este obsequio es para ellos el mayor que pueden hacer, y la carne que más aprecian. El asado nos lo presentaron semicrudo, que es del modo que ellos lo comen, y nosotros concluimos tomando unos cuantos bocados, y nos preparamos para retirarnos. Al efectuarlo, despidiéndonos de madama, rodeados de multitud de indios y muchachos, llegaron hacia los toldos algunos jinetes, y entre ellos el cacique Huilletrur, a cumplimentar a la Comisión; fueron recibidos por el señor Coronel con demostraciones de cariño.
El cacique apeándose del caballo y dando la mano al Coronel, dijo a este por medio del intérprete: que no extrañase que antes no hubiese salido a recibirlo y felicitarlo; que él, y demás compañeros caciques, tenían órdenes expresas de los demás principales de no apersonarse ninguno a la Comisión, hasta que se decidiese a donde debían hacerse los tratados, y día en que cada uno debía reunirse con su tribu para hacer la paz; pero que creía que, hallándose la Comisión en su casa, era un deber suyo hospedarla, hasta que pasase más adelante, o al punto en que se hiciesen los tratados.
El comisionado contestó, dándoles las gracias, y reiterándole su afecto, con el placer de haberlo conocido por primera vez; que no podía dejar de ser agradecido a los favores hechos a la Comisión por su hermano el capitán cona, y que este motivo le había impulsado a llegar a su casa, antes que haberlo hecho a las demás de los caciques; pues se hallaba persuadido que sería disimulable este paso, mayormente cuando sabía que el haberlo hecho con algunos caciques antes de la reunión, hubiera causado celos y desconfianzas de los caciques principales y de los demás; y que así se reservaba, para el día de la reunión, abrazar a todos sus amigos y hermanos, entablando una paz sólida y permanente.
El cacique Huilletrur, y los que lo acompañaban, se despidieron de la Comisión, y se marcharon a sus casas. Nosotros incontinenti hicimos lo mismo, marchándonos a nuestro campo, en la orilla de la laguna principal.
Pasado 1/4 de hora, arribaron a él Madama Antiguan, sus hijos e hijas, multitud de chinos, chinas y muchachos a pagarnos la visita; estos impertinentes no se retiraron hasta las 6 de la tarde, después de habernos molido con petulancias continuas a esta hora se despidieron, marchándose, bien recompensados de la visita que habían hecho.
A esta misma hora arribó un chasque de los caciques Lincon y Avouné, avisando a la Comisión, que el primero llegaría al día siguiente de concluir la suya, de prevenir a todos los caciques para la reunión general, y que lo felicitaban por su feliz arribo; debiendo ambos dentro de dos días arribar a este punto y abrazarlo, en prueba de amistad antigua que le profesaban. Los chasques comisionados por despedida, presentaron grandes bolsas de yerba y azúcar para que fuesen llenas, pues así lo pedían los caciques, sus señores; fueron complacidos en su pedimento, añadiendo el señor Coronel que agradecía los recuerdos amistosos de sus hermanos; que anhelaba por el día en que se efectuase la reunión, para reiterarles de nuevo su amor y antigua amistad que les profesaba. Se marcharon contentos, llevando el presente para sus caciques.
Al día siguiente (25), a las 11 empezaron a reunirse en nuestro campo todos los indios y chinas de las poblaciones vecinas, que con interés de las dádivas que su petulancia podía sacar, no quedaba uno solo en sus toldos; así es que a esta hora teníamos alrededor de nuestras tiendas y carruajes más de 1500 de ambos sexos, que nos aturdían, pidiéndonos por un lado yerba, tabaco, azúcar, por otro jugando a la baraja, por otro al dado, armando con estos corrillos gran bulla y confusión.
A las 12 vimos se presentaba al frente del campo multitud de jinetes, formando una línea en ala, de ciento y tantos; aproximándose, descubrimos que se veía algún personaje que presidía aquella comitiva; el aire de gravedad y de importancia que se daba en su marcha, nos hacía creer esto mismo. A cuatro cuadras del campo, hizo alto toda ella, mandando un indio ayudante intérprete a hablar con el coronel comisionado. La misión se reducía a que dicho señor saliese a recibirlo a la distancia en que se hallaba; que tenía que comunicarle asuntos interesantes.
El Comisionado con alguna repugnancia se preparaba a salir, pero el personaje y demás se aproximaban, hasta que a media cuadra de nuestro campo, hizo alto y allí nos dirigimos. Averiguando el nombre de este cacique, se nos dijo por el intérprete se llamaba Ancaliguen.
El Coronel comisionado, después de haber llegado a la presencia de aquel indio, le dio la mano con señales de amistad; el bárbaro con tono y aire imponente la dio, y al mismo tiempo hizo que la diera a otros dos personajes al parecer que se hallaban formados sobre su derecha.
Concluida esta ceremonia, tomó la palabra el cacique, y dijo por medio del intérprete; que felicitaba a la Comisión por su feliz arribo hasta aquel punto, y por el objeto que la conducía; que este placer y el de conocer al Comisionado por primera vez le era muy agradable, porque veía que los habitantes de aquel país iban a disfrutar de los placeres de una paz permanente, que vería realizada muy pronto, y que coadyuvaría con toda su opinión y respetos a que así fuese lo más pronto posible; que su misión a su vista era con consentimiento y aprobación de los caciques Lincon y Avouné, y que su objeto principal era prevenirle de parte de ellos, que este no era el lugar en donde debían celebrarse los tratados, y si una laguna distante 11/2 leguas, que al objeto, se había elegido, y a donde debía dirigirse para la reunión general.
Toda esta conferencia, se tenía ante toda la comitiva del personaje, y la multitud que se hallaba reunida antes de su llegada a nuestro campo, a más de la que se reunió a la novedad, de los establecimientos vecinos, la que había formado un círculo a nuestras personas, tan limitado, que no podíamos darnos vuelta.
El cacique hizo apartar a la muchedumbre, y continuó su discurso, dirigiéndose al Comisionado; añadiendo, que uno de los encargos especiales que traía en su Comisión era que, no hallándose satisfechos algunos caciques e indios de la buena fe que presidía en los tratados con esta Comisión, y desconfiados que bajo la capa de paz se tramase algún movimiento ofensivo contra ellos, era menester que tomasen medidas y precauciones para no ser sorprendidos; que se les había dicho que la Comisión venía escoltada con mucha gente armada, y por consiguiente era necesario reconocer el número de los que la componían, para dar cuenta a las tribus, y al mismo tiempo satisfacerse, y satisfacer a su comitiva y demás.
El coronel comisionado contestó, entre la bulla de la turba multa que pedía a grandes voces que querían ver a la gente armada que venía, y que saliesen; repitiendo, salgan, salgan, a gritos y algazaras. El cacique impuso silencio y oyó la contestación del Comisionado, que se reducía a manifestarle el gusto y placer que sentía al verlo interesado en la paz que todos deseaban, y que cuanto antes partiría al lugar que se le destinaba para celebrar la unión que anhelaba, y para concluir unos tratados que asegurarían para siempre la paz; que esos temores que manifestaban algunos caciques indios eran infundados, pues bien pronto se desengañaría él y su comitiva, que el número de hombres que escoltaba la Comisión no era temible, y mucha menos incapaz de traicionar la buena fe de sus tratados, y que el Comisionado había expuesto su existencia, arriesgándose a emprender una marcha y una comisión, con grave daño de su salud y edad, solamente porque sus hermanos los caciques, lo habían solicitado con el Gobierno repetidas veces, como el único capaz por su opinión de entablar los tratados de paz; que esta conducta bien clara y manifiesta, estaba en contradicción con los recelos y desconfianzas que expresaban algunas tribus; y por fin, que verían el número de la comitiva, y se desengañarían.
Al efecto se mandó se formasen enfrente del campo, y delante del cacique, la escolta, peones, etc.; y efectuado esto, contó el cacique uno por uno, comenzando por el Comisionado hasta el último peón, el número de treinta y tantos. Concluido este escrutinio, hecho por la mayor parte de su comitiva, habló el cacique con tono airado, y dirigiéndose a los suyos, les dijo: que ya veían el número de los que venían a hacer la paz; que no debían tener ninguna desconfianza; y enseguida dijo al Comisionado, que no temiese ningún ultraje de las tribus; que con toda confianza marchase a la laguna destinada, que todo el mundo lo recibiría con los brazos abiertos, como a su bienhechor.
Concluyó su discurso pidiendo yerba, tabaco, pasas, etc., de lo mejor que hubiese; lo que al momento se le mandó dar, y al mismo tiempo a los personajes que lo acompañaban.
Enseguida se despidieron y se marcharon, dejándonos aun multitud de corrillos y circos de juego, que nos mortificaban sobremanera, y con tanta petulancia, que era menester evitar su vista para librarse de ellos.
Estos corrillos se formaban por todas partes, conforme se llegaban los aficionados, y se aumentaba la bulla en proporción de la pérdida o ganancia que hacían con las apuestas.
En unos observamos que jugaban al dado, y en otros a la baraja; en los primeros manejaban con suma destreza y orden cuatro dados, no pulidamente construidos ni cuadrados, pero sí con sus caras y señales de suerte y pierde, marcada con puntos. A ellos jugaban una especie de moneda adoptada, en el juego (unas pequeñas argollitas amarillas, como sortijas) que cada una tenía su valor determinado en cierta especie, y un cierto número de ellas determinaba su valor, y entonces el que las perdía la entregaba, ya en un caballo, ya un chapeado o espuelas, estribos, etc, que antes de empezar el juego apostaban.
En los dos observamos al mismo tiempo, que jugaban con destreza, ya al monte, paro y otros juegos conocidos, pero con más generalidad el llamado tenderete, que lo usan mucho y lo prefieren a todos los demás; a él, como a los otros, se descamisan y juegan todo lo que tienen, con las argollas o equivalentes al valor de una especie. Este sistema lo adoptan por cómodo, pues cuando se reúnen en las ferias no pueden cargar ni armar las telas y bestias destinadas al juego, y sí aquella moneda que, perdida, el acreedor o ganador ocurre o va en persona a recibirse de su ganancia. Muchas veces algunos se hacían dueños de la escasa fortuna de un pequeño rodeo de vacas, y las pocas telas que tenía para sustento, quedándose reducido a la mendicidad, y por consiguiente sin tener cómo alimentar a su familia.
Es una de las pasiones o vicios que más predomina en estos bárbaros, y lo excesivo de él es lastimoso cuando no respetan para sacrificarlo lo más sagrado, cual es, la vida de su mujer e hijos; porque faltándoles el sustento ninguno se lo facilita. El egoísmo ha llegado a tal grado que asombra, y por consiguiente da a conocer el estado de barbarie en que se hallan sumergidos.
A las 5 de la tarde se retiraron todos reunidos a sus casas, quedándose en nuestro campo a dormir algunos, con objeto de jugar y robar lo que pudiesen.
Por la mañana observamos en medio de la confusión y desorden de los reunidos, a la hermosa Sierra de la Ventana, que con la claridad del horizonte se distinguía toda su ramificación, y principalmente el mogote elevado que lleva aquel nombre. Este demoraba de nuestra posición al rumbo O 20’’ SO, y el segundo, o del Guaminí, al rumbo O 5º NO, prolongándose este por una sucesión de mogotes hasta el NO, en donde se pierde en colinas en la vasta pampa por donde pasa el camino a Salinas, que sigue hasta las fronteras de la provincia de Cuyo.
Todas estas sierras son por consiguiente casi perpendiculares a la costa del mar, y paralela a la primera ramificación. Deseábamos aproximarnos a ella para adquirir conocimientos de su verdadera situación y particularidades, y al mismo tiempo para reconocer algunos arroyos que de ellas descienden, y que generalmente oíamos nombrar a los indios.
Día 26. A las 8 salió el sol con brisa del SE, la que despejó el horizonte. Desde esta hora se comenzaron a reunir los mismos corrillos del día anterior, con la misma confusión y desorden. Entre varios indios, que se habían quedado en nuestro campo a dormir, de los del día anterior, se presentó uno al señor Coronel comisionado, el que, antes de apersonarse, había hablado largamente toda la noche con el intérprete, imponiéndole de su misión, para que este lo hiciese al día siguiente con el Comisionado.
En efecto, él se presentó acompañado de este, el que dio cuenta al señor Coronel, que por la narración que le había hecha el indio, era enviado por el cacique Neclueque a dar cuenta a la Comisión, que sabía que los caciques Ranqueles no querían hacer la paz con ella, porque se hallaban imbuidos por la multitud de tránsfugas desertores que ellos abrigan, los que se valían de cuentos para alucinarlos y discordarlos, y al efecto habían hecho creer a todos ellos que los presentes que la Comisión llevaba para regalarlos después de hechas las paces, estaban todos envenenados y cargados del gualicho o cosa mala, para hacerlos víctimas de la buena fe con que se prestaban a tratar, y que así no creyesen en tal Comisión enviada con miras siniestras por el Gobierno de Buenos Aires para engañarlos, mientras tanto que se preparaban para hacer una expedición contra ellos; y que lo que convenía era no hacer la paz, y mantenerse en guerra abierta como hasta entonces.
Concluida la relación del intérprete, dijo el indio, que su cacique lo felicitaba, deseando que llegase el día que se verificase la reunión general para entablar duraderas relaciones de amistad, que afianzasen para siempre la paz; y que dicho cacique añadía a su mensaje, que los desertores que se abrigaban entre los disidentes eran veintisiete, la mayor parte chilenos, restos de la división de Carreras, capitaneados por un oficial nombrado Curado, también chileno. El Comisionado pidió, por último, yerba, tabaco, azúcar, etc., para su cacique, lo que al momento se le satisfizo; y también se le contestó al mensaje de su cacique, disuadiéndole de la creencia de semejantes mentiras, e invitándole a la paz, mediando con sus respetos y opinión, para que los disidentes, si acaso hubieren, entrasen en tratados, y les asegurara por su parte la falsedad de los chilenos que les habían introducido los tránsfugas. Se marchó con esta respuesta el enviado, muy contento, y cargado de regalos para su señor.
Toda la mañana lo pasamos rodeados de los corrillos de juega, y recibiendo visitas que nos hacían algunos indios principales, entre ellos uno que vimos se llegó a saludarnos, venía muy bien vestido, y con un excelente apero, adornado con un chapeado completo de plata. Su figura no era despreciable, y su tez era blanca; no dijo su nombre, ni los indios concurrentes a quienes preguntamos tampoco lo sabían, por lo que creímos que no fuese principal, ni cacique, sino uno de los muchos que han robado largamente en las incursiones en la provincia, y vienen a lucir en sus tierras la presa.
A las 12 del día arribó un chasque del cacique Lincon, el que venía acompañado de una multitud considerable, y entre ellos el capitán cona. Este, después de muchas ceremonias, antes de entrar a manifestar su embajada, dijo: que su cacique saludaba a la Comisión con todo aquel respeto que le merecía su carácter; que en aquel mismo día acababa de llegar de concluir felizmente la suya; que de ella se esperaban buenos resultados, con haber reducido a hacer la paz a muchos que no la querían; que un día hermoso y lleno de delicias se esperaba, en el que se unirían para siempre con lazos indisolubles todas las tribus con la provincia de Buenos Aires, con unos tratados permanentes, que muy pronto y con buen resultado se harían; y que así esperaba que sin pérdida de instantes se pusiese en marcha para la laguna que se había destinado, sirviéndole de guía el mismo chasque a la que al día siguiente se reuniría él y todos los caciques, con sus tribus, a celebrar los tratados; que deseaba llegase ese momento para abrazar a su antiguo amigo, y renovar la amistad que en el año 10 contrajo en su viaje a Salinas; que no se sorprendiese de las ceremonias y demostraciones, y maniobras que se harían en la reunión, por las divisiones que debían asistir armadas, según el régimen que en estos casos se usa.
Concluida la misión del chasque, contestó el Coronel comisionado, que era grande el placer que sentía al ver próximo el día de la unión general, en que iba a abrazar a sus amigos y hermanos; que sentía la necesidad que se efectuase cuanto antes, pues ni su salud, ni el mal estado de los carruajes y cabalgaduras permitía que la estación del invierno lo tornase en la campaña, ni tampoco demorase demasiado. Enseguida de esta contestación, se mandó cargar los equipajes y poner todo pronto para marchar al lugar destinado.
A las 4 de la tarde nos pusimos en marcha, llevando un numeroso acompañamiento de indios, por delante, por detrás y por los flancos, multitud de chinas y muchachos con grande bulla y alboroto, mezclado entre ellos el fiel Antiguan, haciendo cabeza a los vivas de paz, que a cada instante se prorrumpían por la muchedumbre. Con rumbo OSO, inclinándonos por algunas sinuosidades del camino al OS, arribamos a la laguna a las 4 de la tarde, distante 11/3 leguas de la anterior. En el camino se encontraron dos lagunas pequeñas, la primera a una legua de la salida, sobre la derecha del camino, de 150 varas de circunferencia; buena agua, buenos pastos, sin barrancas, en un terreno sumamente húmedo, y con 4 toldos situados en su circunferencia; la segunda a 6 cuadras de esta más adelante, de 55 varas de circunferencia, ambas regulares y con las mismas calidades; con diferencia que esta estaba llena de juncales y duraznillo, y en la misma, calidad de terreno.
En la que se hizo alto, encontramos buena proporción para hacer una parada con comodidad; en magnitud es de 500 y más varas de circunferencia, bastante regular, de rica agua, con bastante leña de duraznillo en su centro, con buenos pastos en sus cercanías, sin barrancas y abordable por todas partes, aunque situada en un terreno demasiado húmedo, que con muy poca diferencia era un bañado. En su circunferencia se hallan situados más de ocho toldos de población, y a más se encontró pescado bagre en abundancia. En la parte de su circunferencia que mira al OSO, nos acampamos, formando un pequeño, campo, atrincherado circularmente con los carruajes, para impedir que ninguno pudiera entrar dentro del círculo a caballo ni aun a pie, para no sufrir el mismo desorden de corrillos de juego, y confusión que anteriormente. En él pasamos la noche con comodidad, no obstante que con algún recelo, fuese positiva la noticia dada por el cacique Neclueque, y que por consiguiente se entorpeciese el éxito de la Comisión.
Día 27. Debiéndose celebrar en este día la reunión general, nos dispusimos para preservarnos de la confusión y desorden, que con la multitud de concurrentes habría; atrincheramos al pequeño campo o circuito en que estábamos para no ser atropellados, ni exponernos a ningún ultraje de tanto facineroso, debiendo entrar a él solamente los caciques, para tratar y hacerlo con alguna formalidad, como creíamos; pero nos engañamos. Pasemos a los sucesos de este día, demasiado tristes y peligrosos.
A las 10 de la mañana arribó un chasque del cacique Lincon en que avisaba que dentro de pocos momentos arribaba con su tribu, y que al mismo tiempo que él, arribarían los demás con sus gentes; que se estuviese pronto, y no nos sorprendiésemos de las operaciones que debían hacer en esta reunión.
A las 12 del día se presentaron al SO de la laguna, como a 10 cuadras de ella, 200 y más jinetes, formados en batalla en ala, algo desordenados, con el cacique Lincon; los que se aproximaron, conservando esta formación, paso a paso y con marcha majestuosa al son de cornetas y bocinas, hasta dos cuadras del campo, en donde hicieron alto.
Enseguida de esta ceremonia prorrumpieron en grande alboroto, desordenándose la línea, corriendo o dando cargas en grupo con sable en mano y lanza tirando cortes y lazazos al aire a diestro y siniestro; dando vueltas a toda carrera circularmente alrededor del cacique que se hallaba en el medio, presenciando este ensayo guerrero de su tribu.
Algunos de los jinetes que acompañaban al jefe de la división, se presentaron con los caballos enjaezados, con cuentas, cascabeles y campanillas; encoletados con una túnica de cuero perfectamente hecha, como una saya, y con sombrero de cuero, formando un solideo con su grande ala semejante al de un fraile, de seis a siete cueros de fondo, lo mismo que los coletos; con la diferencia que estos son tan blandos y dóciles como una seda, porque lo benefician de tal modo, que los ponen en este estado, y aquellos tan duros coma una piedra, que un sable no les penetra, ni tampoco a los primeros una bala de fusil a distancia de media cuadra, por observación hecha anteriormente con uno semejante, en la campaña del año 21 al sud.
Estos personajes o ayudantes de órdenes, traían además su sable de latín cada uno, sus pistolas aunque inútiles, las lanzas, bolas y puñales, los que se apersonaron al Comisionado a saludarlo de parte de su cacique. A las 12 se presentaron, cubriendo el horizonte por todas partes, líneas de batalla en ala, que abrazaban una extensión considerable de terreno, y presentaban a la vista del observador un aspecto imponente y pintoresco. A la 1 llegaron a tres cuadras del campo, lo cercaron o hicieron alto; su marcha, desde que se presentaron, fue pausada y majestuosa; al son de cornetas de cuerno y caña que manejaban algunos indios en cada división, y cada una de ellas con sus caciques a la cabeza, con mucho orden en la formación, sin dar voces.
Esta uniformidad nos asombraba, y al mismo tiempo el alineamiento y silencio que guardaban, presentando el aspecto de escuadrones disciplinados, con sus sables y lanzas en asalto y guardia. Esta primera perspectiva nos hizo conocer el carácter guerrero y militar a que tiende directamente el genio de estos bárbaros, y que él mismo los conduce a un adelantamiento que tal vez nos será funesto.
Veíamos con dolor a estas líneas, cargadas con sables de latón, multitud de armas blancas, y aun de chispa, que por su barbarie no las sabían aprovechar, y que habían sido adquiridas en los infinitos combates y guerrillas, en que han atemorizado a nuestras milicias de campaña, y veíamos aún más, algunos uniformes y gorras de nuestros soldados adquiridos del mismo modo, con multitud de carabinas y tercerolas inútiles, que por lujo o insulto las cargaban a la espalda, para que les viésemos, y hacernos entender, y ver por nuestros propios ojos el estado preponderante en que se hallaban, así en fuerza como en instrumentos de defensa, y maniobras de caballería, aunque brutales, dirigidas solamente por su genio, o por cosas semejantes que han visto.
En esta posición, las divisiones al parecer aguardaban órdenes del cacique principal, que se hallaba con su gente formado del mismo modo; y en efecto, no tardó poco en que vimos salir de su división dos encoletados, que le servían, como hemos dicho, de ayudantes. Estos se dirigieron a la división de Avouné, uno de los caciques principales, y su misión la repitieron dos veces al mismo, hasta que su división se puso en marcha, que se hallaba al SE de la laguna, como a dos cuadras de la primera, y de las más próximas a ella.
La marcha con que rompió fue a gran carrera, con gritos de alegría, y con las mismas ceremonias que lo hizo la primera; vio cesando de dar estas cargas hasta que dio tres veces vuelta la línea de la primera división que se hallaba forjada, y que se conservaba en este orden mientras que la otra concluyó su ceremonia, la que enseguida de este acto, pasó a formar en batalla, a continuación de la primera, y al mismo frente.
Incontinenti de este acto marcharon los mismos ayudantes a practicar igual diligencia con la tercera división, que se hallaba formada al este de la laguna como a dos cuadras, y después de una larga parla con el cacique Anepan, que la mandaba, hizo este la misma evolución que la anterior. La cuarta división del cacique Pichiloncoy; la quinta del cacique Ancaliguen y otros; la sexta de los caciques Llanqueleu Huilletrur, Antiguan y otros; la séptima de los caciques Chañabilu, Chañapan, Neculpichay, Trignin; la octava, de los caciques Cachul, Catriel y otros; la novena, de los caciques huilliches, Nigiñile, Quiñifoló, Pichincurá, y las que se hallaban formadas en la circunferencia de la laguna, pasaron a formar en batalla, haciendo antes las mismas evoluciones que las otras, antes de practicar esta última hasta que formaron una hermosa y regular línea en orden de parada, y con el mayor silencio, que hacían guardar las jefes de cada una de las divisiones, y por consiguiente la alineación con la primera división que formaba la cabeza.
Concluida la formación de la línea, los dos caciques principales, Lincon y Avouné, mandaron formar un círculo a toda ella, lo que se efectuó sin alboroto, pero desordenadamente, porque a pesar del silencio y buena disposición con que lo hacían, no podían ejecutarlo, y para hacerlo era menester que el desorden presidiese la maniobra. Formado el círculo, todos los caciques se metieron dentro de él, y tuvieron una larga parla de más de dos horas, acerca de los tratados que se iban a celebrar nuevamente, y al mismo tiempo, acordar con el pueblo las bases que debían presidir, y si debían celebrarlos por sí solos, sin la reunión de los Ranqueles, cuando se dudaba de la buena fe de estos, no obstante que muchos querían tratar.
El cacique Lincon dijo en la reunión, que los tratados no debían efectuarse sin la asistencia de los Ranqueles, pues que cualesquiera que fuesen los que se hiciesen, serían efímeros si con aquellos no se contaba; que se aguardase a que se reuniesen, ya todos o algunos, que entonces se harían con más formalidad, y todos disfrutarían de los presentes que el Gobierno les hacía por medio de la Comisión; y que hacer lo contrario traería malas consecuencias a ellos mismos, porque se renovaría el rencor que se tenían, y a la Comisión, que había dado un paso tan precipitado, sabiendo que aquellas tribus son las más fuertes, y con las que principalmente debía hacerse una liga.
La franqueza con que este bravo y elocuente cacique habló en la reunión, no pudo menos que chocar con el orgullo y disposición de sus compañeros, que se manifestaron contrarios a esta opinión. El interés particular, más bien que el deseo que demostraban por la paz, era el que obraba en este caso; los cortos artículos que la Comisión llevaba para obsequiarlos eran tales, que para los reunidos no alcanzaban, y cada uno de ellos se creía dueño y poseedor de todo, y no querían que otros disfrutasen esta liga premeditada que todos formaron, chocó igualmente al desinterés y buena fe del cacique Lincon. Él sostuvo su opinión hasta el último extremo contra el cacique Avouné, y demás de los reunidos, que querían celebrarlas incontinenti, y que después de canjeados los tratados con ellos, como una tribu diferente o independiente de los Ranqueles la Comisión marchase a celebrarlos con los caciques que de esta tribu quisiesen.
El cacique Lincon conocía demasiado por su experiencia la codicia e interés de sus paisanos; él sostenía aquella opinión, porque la creía conciliatoria con los dos partidos siempre opuestos, y al mismo tiempo libraba a la Comisión de los riesgos que esta medida podía haberle ocasionado. Él sabía que, efectuándose en esta reunión, las conferencias, íbamos poco más o menos a ser saqueados, y por consiguiente cuando se celebrase la segunda con los otros, no podríamos llenar las miras del Gobierno y de la Comisión, y esta se expondría a un desaire, a una ruina inevitable, si aquellos traslucían que la Comisión había obsequiado a sus enemigos, con las especies que para todos se destinaban, para celebrar una paz con la provincia.
Esta opinión juiciosa del cacique Lincon, vertida en la reunión, hubo de costarle el sacrificio de su existencia; su conocido amor al orden, las consideraciones que había merecido de las autoridades del país, y su opinión entre todas las tribus, aumentaban los celos y envidia de los demás caciques, y principalmente del principal Avouné, joven orgulloso y aspirante, hermano y sucesor del célebre Carritipay.
El pueblo, que se hallaba reunido y presenciaba su discurso, no pudo menos que seguir la opinión de los caciques, y lo insultaba a grandes voces e invitaba y mandaba que ella fuese seguida. El respeto del viejo cacique contenía estos insultos, reprendiéndolos voz en cuello, y haciendo ver a sus compañeros que el paso que iban a dar traería funestos resultados.
Todos despreciaron sus consejos, excepto algunos viejos caciques octogenarios y sus tribus pequeñas; pero fueron arrastrados por la opinión tenaz de la fuerza principal, que ordenó incontinenti, de acuerdo con Lincon, que el Comisionado se presentase a la reunión para conferenciar y comunicarle la medida que se había sancionado.
A las 2 de la tarde recibimos la orden de apersonarnos delante de los caciques, y desde luego marchamos, el Comisionado, el Ingeniero y el intérprete, hacia ellos, que distaban seis cuadras de nuestro campo al SE.
Enseguida a esta orden el cacique Lincon se dirigió a comunicárnosla, y tras él se desordenó enteramente toda la línea o círculo en donde se había tenido la parla. Este desorden comenzó en derrota; unos a dar carreras con gritos, bulla y confusión, y otros se dirigían del mismo modo a nuestro campo; en él se armó una terrible zambra; todos pedían, todos gritaban, y clamaban por tabaco, yerba etc., etc. Rompieron por último el pequeño círculo que lo rodeaba, y no quedó uno de los petulantes que no fuese satisfecho; indios, chinas y muchachos, pasaban de 1500 los que nos rodeaban en él, fuera de la turba considerable que se hallaba en el campo, en correrías.
El cacique Lincon, al comunicar la noticia al Comisionado, lo estrechó fuertemente, a pesar de la incomodidad y disgusto con que venía; él mismo nos condujo a los reunidos, mezclados entre la multitud de jinetes, que, a la novedad de vernos, lo acompañaban, y nos llevaban con gran bulla y desorden, todos armados y en guardia como en procesión, al parecer al sacrificio.
Arribamos al lugar en donde se hallaban los caciques: mandaron ordenar sus gentes, y formar un círculo, y en él entramos; los caciques se apearon de sus caballos, y formados en tierra, cada uno nos abrazó y dio la mano, saludándonos cariñosamente. Hicieron descender a varios jinetes que se hallaban entre la multitud, para que sirviesen de intérpretes en compañía del nuestro, la mayor parte de ellos desertores.
Uno de ellos, después de haber hablado el cacique Avouné, dijo al señor Coronel comisionado, que aquel cacique por su parte y a nombre de los reunidos, felicitaba a la Comisión, demostrando la sensación que les causaba, el ver próximo el feliz instante en que se unirían para siempre con sus hermanos los cristianos, por medio de unos tratados que asegurarían la paz, pues que conocían las ventajas de esta, y la destrucción que la guerra les había causado por tanto tiempo; que en aquella reunión habían determinado los caciques, que se celebrarían los tratados con las tribus, Pampa y Huilliches, y que la Comisión pasaría, concluidos estos, a entablarlos con los Ranqueles, pues que de este modo se evitaban los celos de aquellos, y no se renovaría el antiguo rencor que le profesaban; que los tratados se efectuarían al día siguiente, para cuyo efecto se reunirían separadamente con el Comisionado.
Dicho señor contestó por medio del intérprete, felicitando del mismo modo a sus hermanos; que solamente por haberlo ellos solicitado para hacer la paz, podía haberlo hecho, sacrificando su salud en una estación peligrosa; que la Comisión no creyó haber llegado a un punto tan avanzado, pues solamente se le dijo que hasta las sierras de Curacó sería el viaje, y allí se reunirían; que el mal estado de los carruajes y cabalgaduras no permitía internarse más; pero para que estuviesen convencidos de la disposición que asistía a la Comisión para entablar la paz, aun con aquellos que la despreciaban, marcharía a conferenciar con ellos al punto que se le destinase.
Los caciques oyeron con agrado la relación de la Comisión, no obstante que ella se opuso fuertemente pasar adelante; pero era menester obedecer a todos ellos que lo mandaban, y al pueblo que a grandes voces lo pedía. El cacique Lincon apoyaba la opinión de la Comisión, y con demasiada arrogancia reprendía al cacique Avouné, el más tenaz de todos, y al pueblo que lo pedía.
En estas parlas todos hablaban, unos reñían, otros contestaban y reprendían, y nadie se entendía: los parciales del cacique abogaban por su opinión, y los otros, por la de sus jefes; de modo que hubo de armarse una gresca a balazos, sable y lanza, que nos hubiera costado muy caro.
Pero lo que sucedió fue que el pueblo incomodado contra Lincon y sus parciales, arremetieron algunos atrevidos contra él y los suyos; en la confusión el bravo cacique no se turbaba, y a todos atendía con su espada en mano, y causaba respeto a los desertores, que eran los que capitaneaban estos insultos, con un objeto diferente; no directamente contra el cacique, sino para que fuésemos envueltos en sus contiendas, y disponer francamente de la yerba, tabaco, etc., porque anhelaban, a más del odio con que nos miraban. Sus intenciones fueron conocidas: el círculo que formaba la plebe a caballo era reducido, y en estas disputas lo redujeron tanto, que apenas cabíamos de pie, sofocándonos de tal modo en la multitud de 3000 y más caballos en desorden, que nuestras voces no se oían, ni por consiguiente la voz de los caciques, que trataban de aquietar sus tribus, y evitar la lid desigual que amenazaba. El lance fue apurado, en él creímos ser envueltos, y quedar entre las patas de los caballos.
Contenido el desorden, nos dieron satisfacción todos los caciques reiterando su amistad y buena fe; partimos a nuestro campo, y con nosotros todos ellos a tomar mates, y conferenciar sobre lo que debía practicarse al día siguiente.
Toda la línea en desorden se vino a nuestro campo con sus caciques. Su objeto era conocido; disfrutar de los obsequios que debían hacerse a sus caciques, y espiar la oportunidad que se les presentase para adquirir alguna cosa contra la voluntad de su dueño.
A los caciques se les tenía preparados los instrumentos en que debían tomar los mates, y que cargasen una dosis de yerba que saciase la buena disposición con que lo tomaban. Sentados en tierra, formando un gran círculo, se regocijaban, acomodando los presentes provisionales que se les hacía, en las mantas, ponchos y bolsas, entablando la parla mezclada con la risa y algazara, o más bien confusión y desorden; porque no hay acto por formal que sea en donde no mezclen estas dos calidades propias de su genio.
En estas ocupaciones pasaron toda la tarde hasta que anocheció, y se marcharon todos los caciques a sus campamentos, que habían formado las divisiones cerca del nuestro en las mismas riberas de la laguna. La Comisión tuvo que ceder todo el poco ganado que había conducido, para que pasasen la noche; la cesión fue a impulsos de ver arrebatarlo sin permiso a los mismos que se hospedaban.
El bravo y constante Antiguan contuvo en esta ocasión los excesos que se cometían por algunos, que no tenían las mejores intenciones, en nuestras cabalgaduras y comestibles, que los arrancaban casi forzosamente a nuestros peones. Antiguan, respetado entre todos por su opinión y valor, castigó a algunos de estos facinerosos que conducían la presa. Él se distinguió en esta ocasión, y sus servicios fueron muy recomendables, a más de los que lo habían hecho acreedor a las consideraciones que la Comisión lo dispensaba. Se distinguió igualmente en las conferencias de la reunión, secundando la opinión del viejo cacique, y sosteniéndola con su espada y arrogancia en su parla, a los que se dirigía.
El cacique Lincon, después de haber tenido una corta conferencia con el Comisionado, dejó a sus compañeros y se marchó a sus toldos con los suyos, para tratar cuando se efectuase la segunda conferencia con los Ranqueles. Este desprecio que hizo de los demás, les hizo conocer el desaire que les había hecho, y por consiguiente el poco interés que tomaba en sus tratados, y en los presentes que se le podía hacer. La Comisión no dudó un momento de la impaciencia, desinterés y buena fe que caracterizaba a este buen viejo; ella se propuso tratar con él largamente, después que se concluyese este primer compromiso, atrayéndolo con mejor agrado, y hacerle conocer cuán justificada era su conducta, y el alto aprecio que con ella se había granjeado en la Comisión, y que sería recomendable ante la autoridad de la provincia.
Mientras tanto, era menester que ella siguiese el torrente de la opinión de los que componían el mayor número, y tenían la principal fuerza. La Comisión encontraba en el orgullo natural de las tribus Pampas y Huilliches una razón para que hubiesen dado aquel paso no uniforme. Los primeros componían una tribu diferente de los Ranqueles y sus constantes enemigas; y su orgullo no podía sobreponerse a la uniformidad del pacto, cuando mediaba una enemistad que solamente la desprecian en una liga general, ya para robar como hemos dicho, o ya para defender su país cuando es invadido. No por esto desconocíamos que este acto chocaría igualmente con los Ranqueles, y al mismo fin que se propuso el cacique Lincon en llevar adelante su opinión, porque veía presidir en el acto más formal que se podía presentar, el interés que obraba con más fuerza que ninguna otra cosa, y que, habiendo uniformidad, ni aquellos podían quejarse, ni la Comisión padecer ningún desaire, ni mucho menos dejarse de hacer unos tratados con mejores bases.
Ambas razones pesaban en el concepto de la Comisión, pero ella contaba que, aunque fuesen agotadas las especies que debían repartirse para ambas tribus, en el segundo pacto con la otra tribu, el cacique Lincon saldría garante del paso que las otras habían dado, y en este caso, aun cuando no se consiguiese un feliz resultado en los tratados, se conseguía aumentar e influirles más y más el odio y disposición, para un choque entre ambas.
La tribu Huilliches (chilenos), aun no se había reunido toda, y se aguardaba un mayor número con sus caciques principales, para el día siguiente. La división que había llegado, deseaba del modo que fuese, establecer sus relaciones con la Comisión y marcharse.
Esta tribu es respetada de las demás, por su carácter guerrero; y por la respetabilidad de sus fuerzas, jamás ha entrado en coalización con ninguna para el pillaje; cuando lo hizo fue sola, sin auxilio de ninguna el año 20, en las costas del Cabo San Antonio y montes vecinos, destruyendo las poblaciones, y llevándose cuanto ganado y familias encontraron, y desde entonces han habitado pacíficamente las costas del mar, desde el paralelo de los 37º de latitud austral, hasta los 41º, es decir, desde la Sierra del Volcán, hasta el establecimiento del Río Negro en la costa Patagónica. Los puntos en donde habitan las mayores poblaciones, son las costas boreal y austral del Colorado; las costas de los ríos Sauce Grande y Chico, Saladillo, Clarameco y Malepundejo, y riberas de la Bahía Blanca, y su población se asegura ser la más considerable de las tribus, y su fuerza militar respetada. Con ellos no intervienen los Ranqueles ni Pampas, solo si para el comercio con el establecimiento del Río Negro, el que muy poco visitan, dejándoles a ellos el tráfico exclusivo por su aproximación a él.
Los caciques Nigiñelé, Quiñifaló y Pichincurá, que mandaban la división de esta tribu, no se mezclaron en ningunas de las grescas que se suscitaron en la reunión, y su indiferencia dio a conocer la buena fe y disposición con que deseaban entrar en tratados. Ellos participaron de los obsequios que se hizo a los demás, y se acamparon cerca de nuestro campo para reunirse al día siguiente.
A pesar de la confusión y desorden que reinaba en este día, la Comisión no perdía un instante en adquirir conocimientos geográficos y estadísticos del terreno y población. El oficial ingeniero buscaba la ocasión de hacerlo, evadiéndose de las reuniones, ya calculando el número de las divisiones, y observando algunas particularidades que se encontraban en ellas, o ya recorriendo el campo a 11/2 y 2 leguas hacia todas direcciones, para observar lo que se encontrase en el terreno.
En estas indagaciones, se adelantó todo lo que se pudo en conocimientos. Daremos el cálculo hecho de las divisiones reunidas en este día, el número de las armas de toda clase, y el de sus caciques; él se ha hecho, ya contando algunas fracciones, ya calculando por aproximación o adquiriendo informes, de los desertores, que con sumo cuidado tratábamos de indagar.
Esta fuerza podemos decir es la disponible, y la mayor que puede poner la tribu de los Pampas en caso de defensa. Para esta reunión no queda una de las tolderías que no acudiese a la formación; y en este caso menor sería el número que presentasen en aquel, no obstante que para defender el país y propiedades hasta las mujeres cierran las líneas, y las defienden como varones.
Registro de indios y caciques en la reunión:
La 1.ª división, del cacique Lincon 200
La 2.ª idem, del cacique Avouné 180
La 3.ª idem, del cacique Anepan 260
La 4.ª idem, del cacique Pichiloncoy 296
La 5.ª idem, del id. Ancaliguen y otros 300
La 6.ª idem, del id. Llangueleu y otros 140
La 7.ª idem, del id. Chañabilú y otros 450
La 8.ª idem, de los id. Cachul, Catriel 364
La 9.ª idem, de los caciques Huilliches 400
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Chinas, y muchos de ambos sexos que se hallaban esparcidos por el campamento 650
Los caciques que se reunieron fueron los siguientes:
Ulmenes, o principales Pampas: Lincon, Neculpichuy, Avouné, Pitrí, Pichiloncoy, Califiau, Anepan, Ancaliguen, Cachul, Llangueleu, Epuan, Huilletrur, Chañabilú, Catrill, Chañapan, Trignin, Curunaquel, Amenaguel y Tacuman.
Capitanejos, o Conas: Antiguan, Catrillan, y diez más, cuyos nombres nos son desconocidos
Huilliches: Niguiñilé, Quinifoló y Pichincurá.
En los reconocimientos que se practicaron en este día y el anterior, se encontraron algunas lagunas y poblaciones de indios en ellas. Tan vasto era el horizonte que por todas partes se nos presentaba para observar, que no era posible que abrazásemos un trabajo superior a las proporciones que teníamos. Sabíamos que la Comisión debía seguir adelante, por el rumbo OSO, hasta la sierra de la Ventana, que a la vista de esta posición demoraba al mismo rumbo, y por consiguiente debíamos descubrir todo lo que se encontrase en la ruta. Por el rumbo NO se nos presentaba una vasta pampa, por donde aún no se había descubierto nada, hasta el paralelo del camino de Salinas conocido por varios viajeros. Por el SE se nos presentaba una planicie inmensa, limitada por las costas del Atlántico: por ella uno solo había viajado, y de este viaje no tenemos noticias exactas, aun cuando hubiésemos querido practicar reconocimientos por ambos rumbos, no podíamos separarnos a una lejana distancia de la Comisión pero creímos que por esta razón, no dejarían de ser interesantes las observaciones que se hiciesen en las inmediaciones de nuestras paradas y marchas. Así recorriendo el campo del SE, descubrimos la primera laguna 11/4 leguas al S 20º SE, en donde tenía su población el cacique Llangueleu. Su magnitud era de 320 varas de circunferencia, su agua regular, su profundidad de cuatro a siete pies, su fondo arena y tosca, limpia en toda su extensión, sin barrancas por ninguna parte y accesible, buenos pastos en sus cercanías. El número de toldos situados en sus riberas eran 10, y su población se calcula de 200 personas, de las que 50 a 60 hombres capaces de llevar armas.
La observación constante que habíamos hecho era que en cada toldo o gruta de salvajes habitaban 20, 22 y hasta 25 personas de todos sexos. En muchos vimos cuatro y seis matrimonios, todos mezclados con dos y tres hijos cada uno, fuera de la inmensa cantidad de mujeres y niños cautivos que se encuentran en las poblaciones, y que sirven de esclavos.
Se nos aseguró que en la pampa, o llanura del SE, se hallaban algunas lagunas de magnitud y con poblaciones; nosotros no podíamos separarnos de la Comisión, ni menos internarnos demasiado, y sin baqueanos. El terreno descubierto, y sus lagunas, deliciosas; la perspectiva que presenta al SO la vasta planicie al SE de la Ventana, es hermosa; ella se extiende hasta las riberas del Río Sauce Grande por el SO; por el O la sierra, y por SE la costa del Océano. No se encuentra diferencia ninguna de nivel a la vista sobre su horizonte; en él se observa con mayor abundancia la caza de gamos, ciervos, avestruces, liebres, mulitas, etc. y algunos rodeos considerables de ganado de las poblaciones vecinas, la mayor parte marcado; la tierra es húmeda, negra y dura, y los pastos fuertes y elevados.
Día 28 de abril. Los caciques reunidos, presididos por el ulmea, o principal Avouné, fueron los mismos que el día anterior. Principiaron los tratados con los intérpretes correspondientes, y el Comisionado, quien les dirigió un convincente razonamiento a todos, acerca de las ventajas que la paz les proporcionaba, y la necesidad que ellos tenían de celebrarla por medio de un pacto solemne y duradero con la Provincia; que estaba conocido muy bien que la guerra no llevaba consigo sino la desolación y la muerte; que la razón y la justicia clamaban por que cesase este mal desolador, que les privaba de la sociedad y lazos que debían unirles con sus hermanos por medio del comercio recíproco; que este cesaba en el momento que empezaba aquella, y por consiguiente desesperaban con la privación de los artículos que han constituido sus primeras necesidades, y que la habitud se los ha hecho apreciables, y sin los que sería penosa su existencia, privados de este auxilio en los desiertos; que los tratados, o bases de estos no se quebrantarían del modo que lo habían hecho otras veces con pactos diferentes; que el Gobierno de la provincia, a invitación de todos ellos, había remitido la Comisión que trataba, conociendo que el estado actual de las circunstancias, no podía permanecer, pues que era necesario o entablar la paz, o que el Gobierno supiese la opinión de las tribus, para de este modo poner los medios de ataque y defensa de la frontera, y privar las continuas incursiones que la desolaban; que las propuestas que el Gobierno les hacía, para cimentar desde luego la unión, la Comisión las explanaría según la opinión que sobre lo principal manifestasen los caciques reunidos, y por último que deseaba oírla, para entrar al objeto principal.
En esta situación el pueblo oía la relación que el intérprete hacía del discurso del Comisionado, y a grandes voces pedían la paz, interrumpiendo continuamente el orden que había reinado hasta entonces. Hecho guardar silencio, contestó al Comisionado el cacique principal Avoliné por medio del intérprete, que los deseos de todas las tribus, Aucas y Tehuelcha, era celebrar la paz con la Provincia, para cuyo efecto habían suplicado al Gobierno la remisión del Comisionado; que sus intenciones eran bien conocidas, que anhelaban el sosiego y la tranquilidad, y el comercio legal que les producía grandes ventajas; que por esta opinión estaban todos; que los tratados se harían bajo ciertas bases, que propondrían a la Comisión, y que si las conseguían, jamás se quebrantarían; que ellas debían cimentar la unión de un mudo inmutable, que jamás ellos lo habían hecho, que los cristianos siempre habían sido los primeros en romper la guerra, presididos por hombres díscolos y ambiciosos, que no podían mirarlos con indiferencia posesores de sus terrenos y haciendas; o que de no se recorriese la historia de las guerras anteriores, y se verían cuán injustas fueron, sin que ellos jamás hubiesen hecho otra que defender sus propiedades, y el suelo que la naturaleza les dio para sustentarlos y habitarla; que esto era muy justo, y la razón lo aconsejaba, para no ver a sus familias y propiedades ser la saña y venganza de los usurpadores; que ellos habían conocido que jamás podrían vivir tranquilos, porque eran poseedores de un país que la ambición había de suscitar pretextos para arrancárselos.
El cacique descendió por último a buscar el origen de las guerras pasadas, haciendo uso de la tradición comunicada por sus mayores, como un misterio o costumbre, a que no deben faltar los que gobiernan a sus presuntos herederos, y estos a las demás generaciones de su familia. El cacique, con tono majestuoso y semblante airado, siguió su razonamiento cansado, echándose a rodar en el vasto océano de la historia bélica de su tribu con los cristianos, desde tiempos muy remotos; concluyendo por último, que si sus paisanos habían invadido y robado las poblaciones de la frontera repetidas veces, había sido en justa represalia de las usurpaciones de terrenos, y violaciones continuas de sus propiedades e intereses; y que el Comisionado y ellos entrarían desde luego a establecer las bases o principios de los tratados.
No había concluido el orador de la reunión, cuando toda ella se alarmó al oír las palabras «usurpaciones de terrenos, y violaciones continuas de sus propiedades». Entonces cada uno hablaba a voces a la reunión de sus caciques, haciendo presente las épocas en que habían sufrido aquella clase de tropelías: en estos recuerdos, tristes para su imaginación exaltada, se enfurecían de tal modo, que pedían a grandes voces que se reparasen aquellos males y pérdidas, castigándose.
Esta reclamación se esforzó tan acaloradamente, que no dejaron arbitrio al Comisionado para dar evasión a la solicitud, que el de reponer que el término de un año era corto; que no estaba en el límite de sus facultades prestarse llanamente, y que daría cuenta a su gobierno, para que enterado, resolviese la indicada pretensión. Acto continuo, procuraron exigirles otorgase la Comisión a nombre del Gobierno, no solo la entrada franca, sino también los precios a que debían dárseles los efectos de sus permutas, por cuanto observaban una alteración tan subida en cotejo con los años anteriores, que parecía dedicarse todos a sacrificarlos. Creyeron que sería conveniente la variación de corrales y corraleros, y también pidieron la supresión de unos, y la habilitación de otros, y fueron discurriendo tan favorablemente en su beneficio, que desde la Sierra de la Ventana querían imponer la ley a los comerciantes con ellos en la capital; reclamando además una seguridad de sus personas o intereses, que más bien aparecerían sirvientes de ellos los negociantes, tropas que pretendían de custodia, y el gobierno mismo, que contratantes libres en este caso.
A las 4 de la tarde, después que muchas divisiones se habían marchado con sus caciques a sus toldos, y concluido, sus pactos particulares con la Comisión, arribó una de Huilliches, a cuatro cuadras del campo: a esta distancia hizo alto, y después de esta ceremonia, formada en batalla en ala, se desordenó completamente en correrías alrededor del cacique que la mandaba, llamado Llampilcó, conocido con el nombre del Cacique Negro. El principal, o Llampilcó, después de un largo razonamiento, reducido a los tratados que su tribu deseaba entablar con la Comisión, y las relaciones de su comercio recíproco, dijo que no había podido arribar a la par de la otra división que se había hallado en los tratados y reunión general, porque la distancia en que se hallaba no se lo había permitido; que había sabido las cuestiones que se habían suscitado acerca de la forma como se debía celebrar la reunión; que hubiera sentido a la verdad, hallarse en ella, porque su opinión la hubiese sostenido con su fuerza, y no hubiese permitido se violentase el dictamen de la Comisión y del cacique Lincon, por hombres cuyo espíritu e interés era conocido; que su tribu jamás se había unido con ellos en sus coalizaciones generales, porque conocía su carácter ambicioso y falso; que el interés era el que obraba en sus tratos, y no se encontraba ninguno en donde no se conociese este espíritu, y que no solamente con los extranjeros, sino con los mismos suyos; que a la tribu Tehuelcha jamás se le imputarían estas calidades degradantes, ni menos esos robos y tropelías cometidas en la frontera; que lo que deseaban era un pacto serio, porque se asegurase la tranquilidad y posesión del comercio, y se acabasen esas épocas tristes que los habían degradado, y hecho sufrir pérdidas irreparables en sus propiedades y familias.
La fuerza de esta división se componía de 420 hombres todos Huilliches, de hermosa talla y bien puestos a caballo; el mejor escuadrón de caballería no presentaba una perspectiva más respetable que estos bravos guerreros; de medio cuerpo arriba desnudos, con sus turbantes de cuero o sombreros de lo mismo, con plumajes; los rostros pintados de negro y colorado, y la mayor parte armados de lanza; su talla es ciertamente respetable. Los caciques que venían en ella, fueron Llampilcó (Cacique Negro), Canilié, Sebastián, Churlaquin, Napoló.
Observamos en la reunión de los caciques y el pueblo para los tratados con la Comisión, el poder que en estos actos ejerce la voz viva de este último sobre las decisiones del pacto, y su opinión es seguida y obedecida de sus caciques, o de lo contrario se hacen obedecer de un modo hostil, vengándose en el acto del que no obedece; no valiendo en estos casos el poder que ejercen en el trato doméstico de su gobierno interior. Este es mixto de democracia y aristocracia. La primera la ponen en planta en casos de igual naturaleza al anterior, es decir, en reuniones públicas, en pactos o tratados, en donde pende o se expone la seguridad del país, el interés o promoción de una guerra con otra tribu o nación, o en asuntos de su dogma, o misterios de su vida o religión doméstica; el segundo lo ejercen sus caciques en el gobierno interior de su tribu, en donde mandan despóticamente, y disponen de las personas y de las cosas como unos sultanes, y son obedecidos como un rey en la costa de Berbería. En la guerra no sucede esto, ni hay uniformidad en este respeto u obediencia. En unos casos, como en funciones públicas, cuando se presentan con carácter guerrero, obedecen a sus jefes; pero cuando hay que pelear con enemigos, cesa aquella, y la voluntad particular de cada uno lo conduce o lo precipita hacia su contrario, para lucir el primero su valor sin obedecer las voces y órdenes de sus caciques. Casos de la misma naturaleza hemos visto en que un gran grupo de estos bravos debía cargar a una línea, y hacerlo uno solo, primero que sus compañeros, y pelear contra todos, y perecer por último, siendo efímero su valor.
Día 29 de abril de 1922. El rumbo O con que salimos, no fue constante, por las sinuosidades del camino y del terreno, en donde se encontraban muchas diferencias de nivel. Desde la salida empezamos a transitar por un campo desigual, duro, pastos cortos; multitud de pequeños médanos que al O se nos presentaban, hacían dificultosa la marcha con los carruajes; multitud de piedras en las cuchillas manifestaban la aproximación a las faldas de la sierra; y por consiguiente, la solidez del terreno y la calidad de sus tierras lo daban a conocer. Agua no se encontraba por ninguna dirección; el terreno presentaba una perspectiva agradable, aunque al O se presentasen algunas desigualdades; al NO y SO veíamos una planicie inmensa sin límites, y al frente la hermosa Sierra de la Ventana, cuya vista atraía al observador a descubrir particularidades, y observarla con atención. A su vista no podíamos menos que deponer el peligro que nuestros deseos llevarían consigo. Anhelábamos aproximarnos para reconocerla, y arrostrar cualquier riesgo que se nos hubiese presentado, mientras que el señor Coronel comisionado, por una parte, cumplía con los objetos de su Comisión; allí más que en ninguna parte los había, por el enjambre de poblaciones que se hallan situadas en toda ella, y arroyos que descienden, formando una población no interrumpida de establecimientos de ganadería de todas clases, como al punto más lejano, en donde las creen capaces de preservarlas de cualquiera invasión que se les haga, y que la temen e insisten en sus desconfianzas; y así es que todas sus poblaciones se hallan en la vista, y en la segunda cadena de la sierra habiendo desalojado la primera por temor.
Día 2 de mayo. La marcha la rompimos con rumbo suroeste. A las 5 de la tarde, cuando el sol llegaba a su ocaso, arribamos a la ribera de un arroyuelo, en cuyas orillas se encontraban muchas poblaciones de indígenas, que a la noticia salían de sus casas a recibirnos, y cercaban nuestro coche con saludos y vivas de alegría. En la ribera, hicimos alto, entre las poblaciones que a derecha e izquierda se prolongaban sobre el curso de ella, y lo mismo los hermosos rodeos, descansando al lado de las habitaciones de sus dueños. Tuvimos en este momento unos instantes deleitosos al ver la mansedumbre y humildad de las mujeres y juventud indígena, que la nuestra arribada nos recibían con demostraciones de cariño y de paz, e igualmente al presenciar los atractivos de la naturaleza que a nuestra vista se presentaban por todas partes.
El arroyo en donde hicimos alto se llama en el idioma Auca, Quetro-eique, o arroyo cortado. Informándonos de sus vertientes y su curso, se nos aseguró que nacía en la Sierra de la Ventana y desaguaba al NO, perdiéndose en bañados y médanos de arena que se encuentran por donde hace su curso, ocultando su cauce en ciertos parajes.
Estas cortas noticias que procuramos adquirir sin ser vistos, no bastan a dar un conocimiento, ya de su origen, ya de su desagüe, y variaciones sucesivas que forme su cauce, ni menos de las poblaciones que se hallen en su costa. Se nos aseguró igualmente, que a una y dos leguas se encontraban algunos otros arroyos, que corrían casi paralelamente al descubierto, y descendían de la misma sierra; igualmente, que el nacimiento o vertientes del río Sauce Grande y Sauce Chico no se hallaban muy distantes de nuestra posición, siendo la sierra origen de muchos arroyos; con otras particularidades no descubiertas por ningún facultativo. El único que ha transitado este país, y dado algunas noticias de él, nada ha dicho del arroyo Quetro-eique, cuyo conocimiento es debido a nuestra Comisión, ni menos de otros que corren más al O de este. En ninguna carta, de las pocas que conocemos de este país, se encuentran estos puntos remarcables, ni tampoco se halla determinada la verdadera posición de la sierra. Su curso y ramificaciones, así como las vertientes y desagües de los ríos Sauces, fueron fijados arbitrariamente por otro piloto que viajó a Patagones. Los desagües de estos ríos, en la costa del mar del S, y algunos otros de la planicie del SE antes de arribar al monte cercano, son trazados por un reconocimiento hecho recientemente de la Bahía Blanca en donde desembocan.
Estos ríos, así como sus orígenes, se hallan determinados con más exactitud en algunos reconocimientos particulares, que en ninguna carta formal del país. Las desembocaduras descubiertas en el reconocimiento de la Bahía, han sido determinadas por algunos marinos ingleses, y sus nacimientos, en algunos derroteros poco exactos de viajes terrestres; aunque no queda duda ninguna que se forman de las aguas de la sierra; pero esto no basta. Nosotros nos ocupamos, desde que arribamos a este destino, de dar principio a reconocimientos que aclarasen y quitasen el velo que tanto tiempo había encubierto.
El oficial ingeniero, desde las 12 del día hasta las 5 de la tarde en que volvió al campo, hizo las observaciones siguientes: Habiendo penetrado al interior de la sierra, hasta las faldas del mogote de la Ventana, siguiendo el curso de la ribera horizontal del arroyo Quetro-eique hasta su origen, lo efectuó al cabo de 31/2 leguas que caminó por el rumbo S 8º SO. Las vertientes se encontraron en las faldas del mogote de la Ventana, entre una pequeña abra que tiene otros, para entrar en una pequeña planicie en donde se elevaba el monte principal, confundiendo sus cúspides con la cerrazón de la mañana. Antes de subir sus faldas era necesario atravesar dos pequeñas cañadas o fuentes, que por el NO y S 12º SE se unían al entrar por la pequeña abra, y formaban ambas el cauce del arroyo, que no excedía de 11/2 varas, engrosándose progresivamente con las vertientes de otros pequeños cerros que formaban la entrada de la planicie, en donde señoreaba aisladamente el del Cerro de la Ventana. Se nos aseguró igualmente por los mismos indígenas, que en la Sierra de la Ventana se hallaban las vertientes de los ríos Sauces; estas no las encontramos, pero se nos dijo por los desertores e indios, que se hallaban en la parte austral del cerro de la Ventana, y de allí corrían hasta las costas de la Bahía Blanca, en donde desagua.
A las 2 de la tarde, cuando parecía que despejaba el horizonte, y se descubrían las cimas del monte principal, nos dispusimos a medir su altura trigonométricamente. Ella resultó, después de haber hecho el cálculo por logaritmos, y resuelto los triángulos, de 2500 pies sobre el nivel general del terreno. Su altura es imponente, su perspectiva majestuosa, y lúgubre todo el terreno que domina su elevación, y en donde se baila situado; él es totalmente desnivelado y lleno de piedras, y de una magnitud excesiva en las faldas y cimas de los cerros. La parte medida era accesible hasta 150 varas, pero a una mayor elevación forma despeñaderos de piedra, elevándose perpendicularmente hasta completar su altura, y formando algunos mogotes en su misma cima; pero de menor altura que el superior, el cual es perpendicular sobre su base, formada sobre la cúspide de los inferiores. Antes de arribar a la parte inaccesible, se forma una gran meseta de más de 190 pies de circunferencia, con aguadas de las lluvias, que forman un depósito en un pequeño pozo. En toda la superficie del cerro, no se encuentran pastos, sino piedra pedernal y común, y aun algunos minerales, como se asegura que lo es el armazón del cerro.
Hasta las 3 de la tarde no despejó la niebla, y a esta hora apareció el horizonte cerrado y nublado, amenazando una fuerte turbonada. Entonces nos resolvimos retirarnos, costeando si era posible la sierra, hasta el Curumualá, para descubrir el origen de dos arroyos que se nos informó de allí nacían. A 3/4 de legua que anduvimos, encontramos, entre la abra de la Ventana y el Curumualá, las de uno, llamado Ingles-mahuida, o arroyo del Inglés, por haber sido asesinado un extranjero en tiempos atrás por los Ranqueles. Su origen era una pequeña cañada, que corría por medio de la abra, recibiendo algunas aguas de unos cerros, de los boreales del círculo de la sierra desierta. Siguiendo más adelante, como a 1/3 de legua, encontramos el de otro, formado en la misma abra, y recibiendo las aguas de algunos cerros poco elevados, que rodeaban el encadenamiento del Curumualá. Este último no lo reconocimos más extensamente porque en sus riberas divisamos un enjambre de poblaciones pertenecientes al cacique Neclueque; el segundo lo hicimos hasta donde encontramos otra multitud de toldos pertenecientes al cacique Necul, hermano del anterior.
En la sierra se encontraron grandes tropas de guanacos, liebres, gamos, avestruces, etc., y para la caza de los primeros los naturales usan bolas, en que ponen su lujo particular, preparándolas de un modo industrioso.
Mientras tanto nos lisonjeamos haber agregado este conjunto de noticias a las existentes para aumentar los datos de la geografía de este país, y perfeccionar la carta y general que nos propusimos trabajar; dando a conocer al mismo tiempo que cualquier trabajo de esta naturaleza, que se emprendiese, debe ser interesante, porque se hace en un país, del que se tienen ideas vagas manifestándolo los mapas que, hasta ahora hemos visto, en que se encuentran errores notables.
En todas las cartas se echan menos esas posiciones interesantes, es decir, la primera cadena de los pequeños Andes, formada desde el Volcán hasta el cerro del Cairú en donde concluye; dejándose ver en su lugar una vasta pampa en vez de una serranía que la atraviesa. Lo que hemos encontrado representado en su verdadera posición son el Volcán y el Tandil, pero no la continuación del encadenamiento de sierras que atraviesa el desierto, corriendo más de 30 leguas al NO. En otras ni aun se hallan indicadas, y solo se encuentran encadenadas las dos primeras, corriendo a rumbo diferente de lo que es realmente, y sin formar entre ambas esa abra inmensa de 12 a 14 leguas. Estas, podemos decir sin vanidad, quedaron determinadas en la expedición que hicimos el año 21, aumentando con nuestros reconocimientos la parte geográfica de aquellos parajes. La segunda cadena de los Andes (la Ventana) se halla igualmente mal representada, corriendo a un rumbo diferente del que sigue; ni tampoco están determinados otros puntos de ella, como el Curumualá, el Guaminí y los arroyos que de ellos descienden, contentándose con anotar la posición del primero vagamente, como lo han hecho con el Tandil.
Día 4 de mayo. Por la mañana aguardábamos el resultado de la oferta que el cacique Neclueque había hecho de venir a nuestro campo con su pequeña tribu a tener una corta conferencia.
A las 2 llegó un indio o chuque, avisando señor Coronel García que no extrañase si en aquel día no llegase a una hora competente para tratar, porque tal vez arribaría de noche, por lo dificultoso de reunir su gente, y de que otros caciques amigos lo hiciesen, porque demoraban algo retirados de su población, adonde les había dado orden que se reuniesen. A las 12 arribaron otros chasques, avisando que se ponía en marcha. A las 4 de la tarde presentó una línea como de 400 hombres, a cuatro cuadras de la ribera opuesta del arroyo, formados en ala, y armados mucha parte de ellos, de lanza. Con alguna confusión, y su griterío acostumbrado, atravesaron el arroyo, y se acamparon a una cuadra a la izquierda de nuestro campo, y allí se dispusieron a pasar la noche. El cacique avisó al señor Coronel que hasta el día no daría principio a sus conferencias, por ser ya tarde para efectuarlo. A su aproximación se le hizo una salva por la escolta, a petición del cacique Lincon, ceremonia de mucho aprecio para ellos. Al momento de efectuarse se repitió la gritería por más de 150 indios que se hallaban a caballo en nuestro campo, y que habían llegado antes que el cacique a los toldos cercanos, y establecido sus corrillos de juego de dado, semejante a los que habíamos presenciado en la primera reunión. No dudábamos, por el aspecto que presentaba esta, sufriríamos las mismas incomodidades, y tal vez mayores, porque habíamos observado muchos hombres blancos entre sus líneas, la mayor parte compuestas de Ranqueles, que se habían unido con algunos caciques de segunda clase a las gentes de Neclueque, y que habían venido, con la capa de tratar solamente por ver el partido que sacaban de la reunión; y además, como no los distinguíamos por el color, no sabíamos si eran de la tribu amiga de Neclueque, o de los Ranqueles enemigos. La turba de este cacique es compuesta de estos y de Pampas; pero en este caso, los mismos disidentes que se habían negado a tratar, enviaban sus gentes a observar y lucrar si podían, a todo trance, lo que la proporción les presentase.
El número de los reunidos se aumentaba considerablemente, conforme iban acudiendo de sus toldos, y al día siguiente nos esperaba un rato pesado, porque pronosticamos su resultado con la primera experiencia. Los caciques pampas, Lincon, Pichiloncoy, etc., etc., que nos acompañaban, vieron precisamente que no era la pequeña tribu del cacique Neclueque la que se había reunido, y que la que se presentaba era de disidentes, cuya reunión la efectuaban con siniestra intención. Mas nos dijeron, que estando ellos presentes, nada debía temer la Comisión; que ellos harían que la respetasen, y que esperaban igualmente que el cacique Neclueque no faltaría a sus principios y a los buenos sentimientos que había desplegado en sus mensajes a la Comisión. En los sucesos de la reunión del día siguiente se verá la conducta de este, en nada diferente de la de los disidentes y de los de la primera entrevista.
La cadena de los Andes se veía claramente desde nuestra posición, y su perspectiva era agradable. El cerro de la Ventana demoraba al S 18º SO, prolongando sus ramificaciones hasta los 40º SO. El Curumualá demoraba al rumbo S 60º O, extendiéndose hasta los 80º; el Guaminí se prolongaba hasta los 30º al rumbo O 10º NO. La segunda sierra, o las cimas del Curumualá, forman un seno en la Ventana y Guaminí, es decir, que se hallan más al occidente que las otras dos, y así lo demuestra su perspectiva, apareciendo las elevaciones del primero y el último sobre el horizonte, y ocultándose confusamente en el centro las cimas elevadas del segundo. Toda la cadena corre de NNO a SSE, y es un error notabilísimo representarla en las cartas de E a O, lo mismo que el Tandil.
Día 5 de mayo. A las 91/2 hizo el cacique reunir toda su gente a caballo, desalojando nuestra posición, la que rodeaban con petulancia y desorden, robando lo que podían. Establecida la línea a dos cuadras del campo, se formó un círculo desordenado; a esta ceremonia se les hizo una descarga con la escolta a petición del cacique Lincon, y después de ella se desordenaron, prorrumpiendo en gritería, con cargas a sable en mano, y lanzando cortes al aire para asesinar al gualicho que se había interpolado en sus líneas, huyendo de la descarga que le habían hecho. El gualicho es un ser imaginario o genio del mal, que creen que los persigue y causa todos los males que les sobrevienen: enfermedades, muertes, robos y desgracias; para evitar que se cumplan, cuando sienten síntomas de una próxima desgracia, o de un enfermo que está en peligro, se arman todos los parientes de él, con todas las armas a cuestas que tienen, montados en sus mejores caballos, llenos de cascabeles, cuentas y cascajos que metan ruido, y pintadas las caras, lo mismo que los jinetes, encoletados y con todas las insignias de guerra, prorrumpen en gritería y cargas, cortando a diestro y siniestro, hasta que concluyen dar vuelta a todo el toldo, o rancho que habita el enfermo.
Formado, como hemos dicho, el círculo de los reunidos con todos sus caciques, llegó una división de 150 hombres Huilliches con sus ceremonias acostumbradas, y antes de entrar a la reunión, se incorporaron a los demás; estos no se habían podido juntar en la primera conferencia con los suyos, porque habitaban las riberas más occidentales del Colorado. Los caciques, nuestros compañeros, se incorporaron en la reunión y conferenciaron más de una hora sobre los objetos de que se había ocupado la Comisión al paso por sus tribus, y las reconvenciones por los sucesos de entonces, que les hacía el cacique Neclueque, no en favor de la Comisión, sino en su conveniencia, diciéndoles que los habían perjudicado con haberse repartido más de lo que les correspondía. Los caciques contestaron, defendiendo su opinión, la del cacique Lincon y la de la Comisión rebatiendo con energía los sentimientos que expresaba el cacique, no semejantes a los que antes había manifestado.
El pequeño cálculo que presentamos del número de los reunidos y de la población de los arroyos no fue hecha con exactitud. Por noticias de desertores o indígenas, sabemos que la población es inmensa. Los caciques presentes en esta oportunidad fueron: Neclueque, Culeclen, Salomón, Necul, Llangretaun, y el cacique huilliches cuyo nombre se desconoce, acompañados por unos 1370 hombres.
Día 6 de mayo. Por la mañana volvimos al mismo alboroto: toda la gente del día anterior la tuvimos en nuestro campo, redoblando sus esfuerzos para salir ganando. En este día descubrieron más el velo de su piratería, dándose cada uno de ellos a adquirir lo ajeno contra la voluntad de su dueño; procuraban hacerlo a todas luces; lo veíamos, pero teníamos que hacernos ciegos, porque no eran aquellos momentos para reclamaciones, ni quiebras de lanzas. Era insufrible la presencia de esta horda desenfrenada.
Día 9 de mayo. El viejo cacique se presentó a nuestro campo a las 10 de la mañana, con el semblante alterado, y un chasque que había llegado del cacique Neclueque; hizo llamar al intérprete, y dijo a la Comisión: que en consonancia con los principios que había manifestado, no podía menos que exaltarse al comunicar la noticia que por medio de aquel chasque le participaba el cacique Neclueque. Que los caciques Ranqueles disidentes, combinados todos, habían determinado reunir sus fuerzas y formar divisiones, para hacer una incursión a la frontera y atacar a la Comisión, y vengarse de los procedimientos del Gobierno y de los de ella misma; que al efecto habían marchado las divisiones cada una a su objeto particular; que unas se dirigían a las guardias del Salto, Rojas y Pergamino, y otras a cortar la retirada de la Comisión; y que al efecto se hallaban apostadas en varios puntos del tránsito que debía hacer; que las quemazones de la campaña, y los humos que al N se veían, manifestaban como telégrafo, que las divisiones iban pasando de la sierra para efectuar sus planes. Que la Comisión no siguiese más adelante por ningún motivo; que hiciese chasques al Gobierno con oficios, dando cuenta de lo acaecido, y pidiendo auxilio; que mientras tanto ella permaneciese en su casa; que él y los suyos la defenderían, si fuese atacada por los disidentes a costa de su existencia; que si los Ranqueles eran muchos en su número, ellos eran pocos, pero valientes; que les haría conocer que no eran menos guerreros que sus rivales, y que el cacique Lincon sabía ser consecuente en su amistad indisoluble con el Gobierno y la Comisión. Que él, como cacique principal de las tribus Pampas, haría convocar a todos sus caciques y les ordenaría que se preparasen para defendernos con sus fuerzas, demostrando sus principios y amistad que habían proclamado no hacía mucho tiempo en la reunión general; que él y su gente velarían desde aquel momento sobre su seguridad. En efecto, el bravo cacique se puso en precaución; mandó chasques a todos los caciques para que al día siguiente se reuniesen en su casa, y determinasen lo que debía observarse; es decir, quiénes debían remitirse de chasques, el número de tropa que debía pedirse de auxilio, y cómo y hasta dónde debía conducirse; y mientras tanto, los auxilios que debían prestarse por todos si eran invadidos sus territorios contra la Comisión por los disidentes. Nosotros nos pusimos en precaución en nuestro pequeño campo, atrincherándonos con nuestros carruajes.
El intérprete de la Comisión arribó a las 5 de la tarde, y confirmó la noticia remitida segunda vez por el cacique Neclueque. El cacique Lincon tuvo su gente toda la noche sobre las armas en número de 300 hombres, y a cada momento mandaba órdenes a nuestro campo para que se hiciesen salvas y descargas. Estas peticiones extravagantes eran cosa de risa; pero era menester agradecerlas.
Día 10 de mayo. Por la mañana, se reunieron algunos caciques de los convocados, y el principal, Avouné, para tener la conferencia. Este se presentó a la Comisión, y le manifestó el disgusto que tenía al observar la mala fe de los Ranqueles, y al ver demorada su retirada; que ellos iban a tomar una determinación para que fuesen infructuosos sus esfuerzos. A las 10 se reunieron los caciques siguientes: Lincon, Pichiloncoy, Ancaliguen, Chanabilú, Neculpichuí, Pitrí, Avouné, Huilletrur, Llanqueleu, Chanapan, Epuan, Califlau, y cinco o seis capitanejos.
… Sigue extensamente la crónica en la bitácora…
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